martes, 22 de diciembre de 2009

El porqué

Ahora que estoy embalando cajas con cuadernos, dibujos, canciones, alguna foto que no recordaba que tenía de nosotros en Cádiz, (joder era preciosa), después de mil mudanzas, mil viajes, mil cuadernos, la añoro de una manera brutal.

Me sigo preguntando porque lo hice. Tengo cientos de páginas que tratan de explicarlo manchadas con ceniza, con alcohol, manchadas de mi escritura, muchas de ellas preferirían seguir en blanco antes de soportar todo esto, pero ahora que estoy reuniendo valor para marcharme he tratado de buscar algo que escribiese que reflejara lo que sentía, que dijera el porqué, algo conciso, breve, que lo dejara perfectamente claro. No he encontrado nada. Sólo sentimientos confusos.

Sin embargo hay algo que dice exactamente como me sentía, algo que me recuerda a mí allí en Boston, algo que me dice porque no debería volver, algo que explica porque me fui y no es ninguna carta, ningún dibujo, ninguna foto, ningún recuerdo, nada mío, y es esa misma canción rescatada del fondo de la torre de cds la que ahora me impulsa a volver.



Gracias Iván.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Gente saltando

Cada día 73 km.

Ni uno más, ni uno menos. Cada día. Cada jodido día. Creo que la psicología la podíamos empezar a sustituir por autómatas programables.

Cada día la misma rutina.

Nada más.

Y no tengo derecho a quejarme. Soy un producto afortunado del llamado "primer mundo".

Me estoy dejando vaciar por dentro y lo que sacan lo están sustituyendo por algo duro, áspero, inerme. Lo sustituyen por un piso más grande, dos válvulas más por cilindro, y un nombre en la puerta del despacho.

Sí, sí, sí, me quejo de vicio, lo sé. Cualquier señor Bandini me diría que lo que necesitaba era sentir el frío de una pensión que no sabes si vas a poder pagar, el sentir la sucia realidad. Me diría que me dejara de tonterías y me la jugara, que fuera una persona de verdad no un producto del miedo.

Pero hay algo equivocado en mí, lo sé, algo equivocado para pertenecer a todo esto, algo que ellos también notan, no soy peor que los demás, ¿o sí?, no me importa, lo que siento a veces, en momentos de lucidez, es lo único que me mantiene alerta, lo que me hace despertar, lo que me lleva a escribir, lo que me hace girar en la curva equivocada para hacer esta vez 87 km sólo por ver un camino nuevo y al día siguiente 101 en dirección contraria, sólo por no poder soportar más en lo que me estoy convirtiendo.

Otra columna sin publicar, sin entregar a tiempo.
Jamás acabaré el libro.
No puedo dejar este maldito trabajo.

Y no paro de gritar en voz baja que me ahogo. Que soy más cobarde que los demás, que a ellos no les ocurre nada de esto, porque son felices, porque admiten todo lo que pasa, porque llevan una vida organizada, y dudo, y me hacen dudar.... hasta que escucho como él canta. Y despierto. Y la gente salta. Y entonces pienso que quizás esté más cerca lo que siento de lo que creo. Después salimos nosotros. Y los focos no me dejan ver si hay poca o mucha gente, me da igual, siempre lo hago por mí. Después salimos nosotros. Y entonces me doy cuenta que siento, que estoy vivo. Y todo lo que ellos pretendían, y yo había permitido, se resquebraja una vez más, como cada vez que me permito ser yo mismo otra vez. Y las luces se encienden y me dan igual sus válvulas por cilindro, sus letras doradas en sus puertas, sus casas enormes y vacías, sus promesas, y en ese momento lo decido...

Me voy. Porque necesito mirarla a la cara sin sentir que he traicionado lo que soy.
Porque necesito ser coherente.
Lo hago por mí.

martes, 17 de noviembre de 2009

Belleza


Veo la belleza en cosas insospechadas, pero la gente no puede evitar arruinarlas...¿o si?
Tarde en la noche, podría ser capaz de matar, de recorrer ese espacio vacío que he creado en mí.
Tarde en la noche, sólo quiero saber que es lo que falla en mí al permanecer de pie contemplando toda esa belleza.
Sólo cuando puedo ver, sólo cuando cierro los ojos y comienza el show se que puedo ser yo mismo.
Sólo quiero saber lo que hay dentro de todo ese amor, todos esos juegos que se me resisten, que trato de expresar a base de depresiones, a base de canciones.
Y ahora estoy fuera, necesito estar fuera, permanecer bajo la lluvia.
Sin preocuparme.
Permanecer simplemente.
Odio a los escritores, a los artistas de pose, me acerco a la inspiración, pero cada vez que la rozo me dejo parte de la vida en ello. El odio y la tristeza. La melancolía. Un billete de avíon que nadie sabe que tengo. Ser libre es cada día mas complicado. Menos tiempo, menos silencio.Tengo que dejar este trabajo, tengo que dejar de dejar que piensen por mí, que gobiernen por mí, que voten por mí, que decidan por mí, sentir la batería en el pecho, en cada golpe, con la gente saltando, necesito sentir.
Sin preocuparme.
Sentir simplemente.
Así que ahora reconozco el retraso, no puedo evitar engañarme, no puedo evitar dejarlo salir, cada vez que permanezco y siento todo vuelve a mí. Soy el terrorista de mi propia felicidad.Odio porque siento no sentir...nada, absolutamente nada, y entonces la veo.
Clara, nitida.
Veo la belleza en sitios imposibles y todo el mundo me mira con extrañeza.
No puedo compartirlo.
Pero lo intento una y otra vez.
Tengo que dejar este trabajo, estoy fuera, no puedo encontrar el camino. Tengo que seguir.
Sin preocuparme.
Seguir simplemente.
¿Hasta cuando?

jueves, 5 de noviembre de 2009

Area de descanso

Pese a que siempre imaginé que mis cambios de actitud, mis cambios de humor, se reducían a la frustración de leer símbolos en vez de palabras en todos los libros que debía de leer, ahora, 31 años después, he descubierto que no es verdad, y eso me asusta.

Ahora ya no estoy seguro ni siquiera de aquello que me provoca la ansiedad de mirar más allá de sus piernas, y lleno con libros, vacíos que no soy capaz de determinar.

Estando a 30 km del área de descanso más cercana decidí frenar y no estoy seguro de las consecuencias, pero debía hacerlo, debía hacerlo porque me descubrí pensando que había tomado ya todas las decisiones y no pude soportarlo, me sentí sin control.

Me estoy acercando a la derrota, a aquello que jamás pensé que podría sucederme a mi. Me estoy acercando en cada paso que doy y no tengo el suficiente valor para contradecirme una vez más y sentirme olvidado, ignorado, muerto, enterrado en sus recuerdos, palabra tras palabra más lejos del único objetivo realmente digno y que siempre olvido, ser feliz.

Así que ahora que está dormida me he dado cuenta de que empieza a no importarme lo que sienta con tal de sobrevivir y no puedo evitar odiarme durante toda la noche. Y cuando despierto todavía es peor porque empiezo a no sentir nada.

"Quizás sólo sea una mala racha" y tras coger la guitarra, los pequeños cuadernos y lo que queda de mi esperanza decido acompañarla al teatro una vez más. No me gusta verla actuar, podría no estar haciéndolo y ser así siempre. Vivir cada día como si fuera la última genial representación de nuestras vidas. "Todavía te quiero" y por primera vez en mi vida eso no era lo más importante.

martes, 13 de octubre de 2009

De Tulsa a Dallas

El calor era insoportable, pero el Mustan descapotable que habíamos alquilado era innegociable.

-¿A quien coño se le ocurre coger un coche descapotable con este calor? ¡Joder!

Cathy estaba ya bastante cabreada con el viaje para ahora aguantar esto, no soportaba el calor, hubiera preferido ir a Canada y a cambio de eso habíamos dejado el odsmobile en un taller de Tulsa y esperábamos que lo pudieran arreglar, mientras, a mí se me había ocurrido la feliz idea de visitar Dallas, e íbamos por la interestatal 35 camino de esa ciudad.

Ella no entendía el placer de conducir por aquellas carreteras, entrando y saliendo a la autopista, mirando todo con ojos hambrientos, escuchando la música a todo volumen:



Con esta canción se pasó el momento de ira, ella se levantó en el asiento y el viento echó hacia tras sus cabellos, cerró los ojos y empezó a cantar y a contonearse, en aquel instante me di cuenta que aquello era único, ese instante no se volvería a repetir. El calor, el sol brillando, la quería y ella me dejaba quererla, eramos libres de querernos o de dejar de hacerlo, éramos libres, ella cantaba y yo escribía, todas las promesas que me había hecho a mi mismo se estaban cumpliendo y sólo había sido necesario tener valor y olvidarme de aquella gente que son incapaces de cumplir sus sueños y tratan de arruinar los tuyos.

Entonces me di cuenta, a partir de entonces todo sería una cuesta abajo en mi vida. La certeza fue absoluta.

martes, 29 de septiembre de 2009

Sebadoh y una canción más

Pasaron dos días desde de lo del tío de EMI, que al final ni era de EMI ni hostias, y estuve toda la tarde conteniendo la risa y tratando de ahogar mis ganas de decir mi frase preferida: "lo ves, ya te lo dije"

Ella estaba al otro lado de la barra con cara de "no digas ni una sola palabra" mientras fregaba unos vasos, aunque sabía manejarse bien con tipos como aquellos esta vez se había asustado, yo, sentado en la barra bebiendo un botellín esperaba que llegase Adam. No sabía quien iba a tocar hoy, los miércoles normalmente siempre dejaban el escenario para gente que necesita darse a conocer y había obtenido muy buenas sorpresas de esas noches.

Esta vez mi sorpresa fue cuando ella desapareció de la barra y apareció, como por arte de magia, sobre el escenario con su guitarra y un taburete alto, con un pie en el suelo, medio de pie, medio sentada, sacó unos papeles los puso en un atril y dijo: "Os voy a cantar un par de canciones que no he tocado nunca antes"

Después de acallar los aplausos, silbidos y alguna burrada de los borrachos no habituales del bar comenzó. Era la segunda vez que la veía subida en el escenario sin la banda, sola, sólo con su guitarra parecía desnuda, justo antes de la primera nota me miró como nunca me había mirado antes... otra vez.

"Estamos ardiendo, todos estamos ardiendo, nos estamos consumiendo en este océano de llamas en el que nos empeñamos en nadar, si pudiéramos ser nosotros mismos nos alejaríamos de aquí, no hay ninguna necesidad de desear ser lo que no somos, pero a veces me asusto y deseo correr para evitar estrellarme contra el muro de tu decepción, el muro de mi miedo a que no me quieras realmente..."

Alto ahí, esa canción no podía ser suya, no podía estar diciendo realmente eso, porque eso significaba... apenas pude contener la cara de imbécil que se me había quedado cuando acabó la canción y me miró de nuevo. Era lo más parecido al "te quiero" que jamás obtendría de ella. La gente aplaudía cuando empezó con una canción de Sebadoh.



La sensualidad llenaba el escenario, yo estaba aturdido. La versión era mejor que el original, ojalá ese hijo de puta hubiera sido realmente de EMI, pensé, ella era mejor que infinitas personas que vivían gracias a la industria discográfica.

Acabó la canción y se despidió de la gente, a los 5 minutos estaba detrás de la barra otra vez. Cuando pasados 20 minutos se empezó a disolver el grupo de tíos que se habían ido como flechas a pedirle bebida y, aprovechando la ocasión, más cosas, ella se acercó a la esquina donde yo estaba.

-¿Es verdad?-Le pregunté
-¿El qué?-Contestó como despistada
-La primera canción.-Dije con impaciencia, como si le pidiera salir con 15 años a la animadora número 1 y chica más popular de un instituto cualquiera del este de los estados unidos.
-Es sólo una canción Tom, no pienses nada...

Y por desgracia la creí, como la creía siempre.

martes, 15 de septiembre de 2009

Solo en casa

No hay mucho que hacer, aparte de dormitar en el sofá. Si te detienes a escuchar puedes oír la casa crujir, sentir avanzar el ruido desde los cimientos hasta la cubierta. El contraste del verde en las calles frente al blanco de mi memoria hacen de Boston en esta época algo confuso, atemporal, irreal. Todo está tranquilo, oigo lo pájaros fuera, en el jardín, no tengo ni idea de ornitología pero el jodido cabrón es un virtuoso y me alegra la tarde con sus gorgoritos, supongo que para atraer alguna hembra, no creo que lo haga por el placer de escucharse a si mismo. Deberíamos aprender de los pájaros. Extraño pensamiento para una tarde de verano.

Mientras rebusco en el frigorífico y me preparo para iniciar mi ritual para escribir, a saber, ventana, portátil, música, vino y tristeza, oigo el rugido del oldsmobile acercándose y entrando como una fiera en la casa. Dos pensamientos: Uno, se acabó la tranquilidad, dos, seguro que ha vuelto a dejar las dos putas ruedas en el césped.

Portazo. Y vuelvo a pensar: Algún día hará giratoria la puta puerta. Cathy entra en casa.
-¡Hey! Estás aquí. Tengo que contarte una cosa.-Está especialmente contenta. Inquietante.
-A ver.-Digo temiéndome alguna locura.
-Joder que emoción demuestras…
-No, en serio, dispara.
-Un tío de EMI quiere hacerme una prueba.-Dice toda sonriente y segura de si misma.
-Me imagino yo que pruebas querrá hacerte.-Lo reconozco, fuera de lugar y totalmente desconsiderado, al menos eso le pareció a ella.
-Tú eres imbécil Tom.
-Venga en serio, me alegro de verdad, ¿y cómo surgió?-Digo tratando de no parecer un gilipollas integral otra vez.
-Estaba en la cafetería y me dijo que le sonaba mi cara, le dije que también trabajaba de camarera en The Paradise y que alguna vez había tocado allí porque conocía a uno de los dueños y entonces el tipo me contesta que me pase esta tarde por esta dirección y que le haga un par de canciones y …
-Ya, ya, ya…-Digo aguantándome la risa.
-¡Vete a la mierda Tom!-Se lío, pienso, pero es que parece que lo fuera buscando.
-Joder tía es que piensa un poco…la cafetería, la camiseta de tirantes y un tío se te acerca y te dice: ¡Hey me suena tu cara!, espero que te lo dijera sin mirarte al escote…

A veces la encabronaba sólo por el hecho de divertirme, aunque a veces las consecuencias eran devastadoras.

-¿Te crees que soy tonta o qué?-Me dice riéndose.-A veces pienso que te olvidas de donde estás y que sigues con una de esas novias beatas tuyas. Mira Tom, créeme, si el tío ese es de EMI y me quiere hacer un contrato reza porque sólo quiera que se la chupe.

Y dicho esto se levanta y sube las escaleras, y ahí me quedo yo, con cara de gilipollas, sin saber si lo ha dicho en serio. Vacilando en contestar algo, pensando en cómo salir de esta, cuando tres minutos después baja las escaleras con una minifalda y una camiseta y me dice mientras se dirige a la puerta:

-¿Nos vemos en el club?...Bueno aunque no sé si iré, igual ya no me hace falta.-Me dice con sonrisa burlona.

Yo me la quedo mirando, o la falda es muy corta o tiene las piernas muy largas, repaso mentalmente cuanto tiempo lleva sin largarse sin dar explicaciones, levanto el dedo para decir algo y un sonoro portazo resuena en la casa.

-¡La puerta joder que algún día la harás giratoria!-Muy bien Tom, un tío de la EMI queriéndosela follar y tú te preocupas por la puerta.

Le doy al play y me pongo a escribir. Otro maravilloso día con la lunática esta.

martes, 1 de septiembre de 2009

Asustado

No podía evitar el mirarla. De un tiempo a esta parte la chica rubia de los ojos inmensos y poses de zorra se me aparecía en todas las esquinas. Una tarde me sorprendí yendo al bar en el que sabía que trabajaba sólo para verla, y eso me asustó.

Nunca me gustó enero, nací en el mes más frío, en el mes de los nuevos propósitos y las eternas mentiras. Este enero, sin embargo, pintaba bien, por fin estaba en Boston, no conocía nadie y no me importaba estar solo. Pero aquella chica rubia, aquella chica rubia estaba jodiéndolo todo, yo había venido aquí a encontrarme a mí mismo y, ahora que empezaba a disfrutar, ella se colaba en cada una de las frases que escribía.

Bajé al puto bar, odiándome por saber que no lo hacía porque me apeteciese, sino porque quería verla al otro lado de la barra, pedirle una cerveza y que me sonriera, estaba bajando sólo por una sonrisa y maldecía conforme andaba haciendo equilibrios por la mierda blanca endurecida que cubría las aceras. El blanco de las calles contrastaba con la noche y me sentí extraño, como nunca me había sentido, me sentí terriblemente solo, la sensación era parecida a una idea que se te escapa, una palabra en la punta de la lengua y que se resiste a salir, anhelaba su mirada. El frío húmedo me iba calando los huesos, estuve a punto de besar el suelo del bar al mejor estilo papal cuando por fin entré, pero el sentido común me hizo contenerme. Siempre hace que me contenga.

Oteé la barra en busca de la chica rubia, el dueño estaba allí, al lado de otra chica rubia, otra, no ella. Alarma, se dispararon todas las alarmas, por lo poco que había hablado con ella sobre sus horarios sabía que por las tardes debería estar allí. Debía estar allí. “Calma, calma” me dije. Aunque la sensación de haberla perdido me empezaba a invadir. Estaba ya calculando cuantos bares tendría la ciudad y cuantos años necesitaría para recorrerlos todos cuando empezó a entrar en el bar la banda que tocaba esa noche. Apoyado en la barra los miré de reojo. Allí estaba ella, con una funda de guitarra al hombro. Me maldije por dentro al confiar mi felicidad a su sola presencia. “Pero como puedo ser tan imbécil” pensé para mis adentros, así que en una de esas piruetas mentales decidí que lo mejor era ignorarla, que no se me notara que la devoraba con la mirada esperando que ella fuera lo que demonios fuera que necesitara para cambiar y ser feliz.

Apoyado en la barra, aferrado al botellín, la sentí acercarse y noté su mano en mi cuello mientras pasaba por detrás, trepando por mi nuca, penetrando en mi pelo negro y enmarañado y acariciándome. Durante un segundo, mil años, el placer me desbordó, fue la mano de la madre que recoge al hijo del suelo, fue el primer beso nervioso a la salida del colegio, el primer polvo explorando un cuerpo extraño sin conocer los límites propios siquiera. Mientras me giraba ella dejó caer la mano deslizándola por mi hombro al tiempo que volvía su cabeza para sonreírme. Sonreí. Nadie nunca me había dicho de una manera parecida “Hey, hola, me alegro de verte”. Al verla ir hacia el pequeño escenario, sintiendo el movimiento de su culo bajo la funda de guitarra apoyada en su espalda, contemplando los vaqueros ajustados y su pelo rubio supe el infierno que me esperaba. Tenía que claudicar a la evidencia, era irracional, puramente químico, apenas habíamos hablado un par de semanas, pero su sonrisa me traspasaba, su risa hería mis oídos cuando la oía al fondo del bar y su voz cuando cantaba... Recuerdo la vez que la vi subida al escenario preguntando mi nombre la noche que la conocí. Después, por la noche, en la cama, una tormenta en mi cabeza. Habría renunciado a mi dios si lo tuviera por adorarla a ella esa noche, con la luz tenue, los suaves acordes de guitarra, el silencio en el bar, yo parado en la puerta y ella comenzando a cantar.

martes, 14 de julio de 2009

A seis pies bajo tierra

Era un lluvioso día de otoño. De esos días que te arrastran a la melancolía aunque trates de ser feliz. Pero ese día no trataba de ser feliz, no suelo malgastar las energías en tareas imposibles y esta era una de ellas. Ese día enterraba a Cathy.

Antes de ir al cementerio conduje hasta nuestra antigua casa, recorrí con el coche las calles que nos habían visto regresar a casa una y otra vez después de cerrar el bar o volver de algún concierto. Cuando me di cuenta llevaba 15 minutos rodeando la manzana sin atreverme a encarar la calle con el coche, así que decidí aparcar en uno de los laterales de la tranquila calle rodeada de árboles. Descendí y doble la esquina, la vi al fondo en esa misma acera, anduve unos minutos que me parecieron eternos y llegue hasta el jardín. La casa estaba cerrada y un cartel de se alquila colgaba de un poste.

Blanca, con aspecto desvencijado, el porche sombrío, cerré los ojos, me agaché para tocar la hierba, creí oír su voz llamándome desde dentro, creí oír su guitarra y su voz. Quería recordar eternamente su voz, sin embargo se difuminaba, no la podía retener, se confundía en una maraña de recuerdos y de silencios. Olvido las voces. Hubiera llorado pero no había más dentro de mí. Estaba exhausto, vacío. Me levanté.

Me di la vuelta sabiendo que jamás volvería a pisar ese lugar. Era octubre del 2006, recordaba como si fuera ayer la primera noche que pasé en esa casa, enero del 98. Casi nueve años. Vi mi reflejo en un charco salpicado de hojas. Hubiera vendido mi alma por volver a ese momento, la vendería a cambio de una eternidad de dolor si ella girase esa esquina ahora mismo con su guitarra al hombro, su sonrisa, sus brazos inmaculados. Le pedí ese deseo al charco, como si el charco fuera la máxima representación del dios más poderoso inventado por el hombre. Tenía que irme, si pasaba allí un segundo más cogería el coche dirección al río y no frenaría.

Las hojas cubrían el suelo al paso del coche fúnebre y este levantaba un remolino de hojas con mil tonalidades entre el marrón y el amarillo. El olor a tierra mojada se acentuó al llegar a la fosa, cavada en la tierra la noche anterior. Somos barro. Somos una mezcla de olvido, esperanzas y tiempo abocada al fracaso, con más o menos capacidad para engañarnos y decir que somos felices mientras dejamos pasar la vida.

No creo en Dios, ella tampoco creía. En ese momento la idea de que no había nada más me resultaba reconfortante, cálida, por fin era el fin. No soportaría una eternidad de mi mismo, creo que ella hubiera pensado igual. Éramos pocos, éramos los justos, los que la quisimos como ella era. No hubo oratoria. Sólo dije gracias. Uno a uno nos abrazamos, todos se fueron yendo. Adam y Jane se quedaron los últimos. Cuando abracé a Adam reviví el dolor de cuando la encontré tirada en el baño, pálida, inerme, fría. Me dejaron solo. Empezaba a llover otra vez, oscurecía, la recordé girando sobre si misma en el jardín de nuestra casa, haciendo circulos bajo la lluvia, empapada, riendo, en una tarde como esa de hace siete años. Trate de decir algo en voz alta, a modo de despedida, algo personal, algo para recordar. No pude. Inspiré profundamente, me giré y ella se quedó allí, a seis pies bajo tierra. Para siempre.

martes, 7 de julio de 2009

Del amor y la guerra (y II)

Ha sido una espoleta. Una vez que hablé de algo más importante que de ti y de mí, algo más grande por lo que luchar, algo por lo que llegar a creer, tú me miraste con cara de interrogante y me sentí miserable yo también. Esperaba algo más de ti, quizás de mí. No lo sé. A veces no podemos creernos todo lo que nos dicen los telediarios. Nunca he sabido decir que sí a lo que no estoy de acuerdo.

-¿Desde cuándo te ha preocupado la política? –Me pregunta Sandra.

Llevo demasiado tiempo callado. Levantándome por las mañanas, trabajando 12 horas, sin escribir, sin tocar, sin leer, sin pensar, creyendo que eso enterrará el yo que me hace ser un inconformista, el yo que me hace creer que podemos cambiar todo esto, el yo que no se resigna.

Igual ya tenía todo decidido, igual ya sabía que iba a dejarte y esto no es más que una excusa. Voy a escribir a Cathy. Nunca te he comparado con ella. Pero ahora que pienso que ella estará en pie, diciendo que no, me pregunto qué me diría. Tus respuestas ya no me valen…

-¿Señor es suyo un Audi A4 negro que está en doble fila?-Pregunta el camarero.
-Sí, bueno, de mi novia. Ya salgo yo. Sí, no te preocupes Sandra, salgo yo. Necesito salir de aquí. Lo necesito.

Salgo y me aflojo la corbata. Me meto en el coche y lo muevo para que salga un Mercedes clase E. Lo dejo en su sitio. Si entro y vuelvo a escuchar la palabra “YO” me los cargo con el cuchillo de la carne. Pongo uno de mis CDs que ella margina al fondo de la guantera, uno al azar y enciendo un cigarro. Sólo cinco minutos. Necesito pensar, necesito pensar, ponerlo todo en fila y reflexionar.

Vi como nos engañaban para ir a una guerra y que tú sólo decías:

-¿Qué más da? ¿Acaso nos afecta en algo?

Y me sentí triste, vacío, impotente. Veo como nos engañan en nuestro trabajo y tú sigues queriendo más, más dinero, más ascensos, más habitaciones, a costa de mis sueños que nunca te conté, a costa de todo lo que estaba tratando de olvidar y nunca te dije.

martes, 30 de junio de 2009

Creo que es demasiado tarde

-Deberías parar. No quiero meterme en tu vida pero… ¡Qué demonios! Si que quiero, ¡que pasa! no puedes seguir así, te estás matando, no puedes seguir envenenándote así.

Daba igual lo que dijera, ella siempre me miraba de manera despectiva y cansada. Pero cuando tenía fuerzas me acobardaba. Hoy era uno de esos días.

-¡Me importa una mierda Tom! ¡Todo me importa una mierda! ¿Por qué volviste? ¡Joder! ¿Por qué? Podías haberte quedado en tu Europa de fantasía, rodeado de tus amigas universitarias que sólo saben hablar de lo importantes que son en su trabajo, naufragando en tus divagaciones estériles, revolcándote en tu impotencia por convertirte en escritor, viviendo tu mundo de mierda completamente virgen, porque… ¿sabes una cosa?... no has vivido, no sabes quién eres ni hasta donde puedes llegar, no escribes porque no tienes nada sobre que escribir, no hay nada intenso que contar, mentiras, todo mentiras. Todo esto te viene grande, muy grande Tom. ¿Qué vas a hacer? ¿Vas a volver a dar clases para follarme por las noches en busca de inspiración? ¿Soy yo tu inspiración? ¡Eh! Tom, ¡contesta!, ¿soy yo tu inspiración ahora? ¡Maldita sea Tom contesta!

En ese momento se remangaba y me mostraba el brazo completamente picado, en busca de la vena una y mil veces. No podía evitar sentir asco al mirar su brazo, y ella se daba cuenta, no podía evitar imaginármela sentada en un puto baño infecto, con su dosis de heroína, buscando un momento de placer. La seguía queriendo, de eso no había duda. Había descubierto que la quería todavía más, en medio de aquel infierno de reproches, en medio de cualquier infierno, no estaba dispuesto a dar marcha atrás. Ahora o nunca. Vivos o muertos.

-Me rendí Tom. Te estuve esperando mucho tiempo. Perdí la cuenta.-El tono de su voz se apagaba.-Me sentí sola por primera vez en mi vida. Me sentí abandonada, traicionada, humillada. No encontraba placer en tirarme a todos los tíos que pudiera encontrar al otro lado de la barra y juro por dios que lo intenté. Al menos así me siento bien, nada me afecta. Volví a encontrar el placer. Puedo dejarlo, ¿sabes?, pero no me da la puta gana, estoy bien, me encuentro bien…

Llevaba un mes allí, era el enero más frío que había vivido nunca. Estaba en un pueblo perdido del norte de estados unidos. Tenía la firme convicción de que a nadie le importaba saber si estábamos vivos o muertos, podía tragarnos la tierra, desaparecer, y nadie nos buscaría. Empecé a fantasear con ello. Por primera vez veía la muerte como a la vecina de al lado, cerca, casi en tu jardín, acechando, la veía en las esquinas, al quitar la nieve de la puerta por las mañanas, la sorprendía mirándome a través de los productos del supermercado. Llevaba un mes allí y no había conseguido escribir ni una sola página. Había llorado más veces que en toda mi vida junta, lloraba por que la veía deshacerse, hundirse, vomitar en el baño tras una mala subida y porque no decirlo, lloraba por mí, por esa voz que me repetía sin cesar:

“Un año, sólo un año… si hubieras vuelto un año antes serías feliz. Toda tu vida sería distinta. Perdiste Tom, perdiste. Tarde, demasiado tarde Tom. Mírala… y tú eres el único responsable. Feliz cumpleaños.”

martes, 23 de junio de 2009

Del amor y la guerra (I)

Hoy estamos en guerra. Cambiemos nuestras ropas de civiles felices por el disfraz del miedo. Justifiquemos sus desmanes en aras de nuestra seguridad, tuvimos miedo, tenemos miedo. Pongamos cámaras en cada esquina, invadamos países lejanos, démosles todo el poder hasta que se olviden de nosotros, hasta que piensen por nosotros, hasta que decidan por nosotros, hasta que nos digan que leer, como amar, que decir, como pensar, a que dios rezar. Necesitamos a Guy Fawkes.

Y sin embargo nada cambia para Sandra y para mí. Todo nos da igual. Seguimos la misma rutina, seguimos comprando muebles de diseño sueco, tenemos más y más dinero. Nos miramos a los ojos y cada vez encontramos menos de nosotros. Ella no lo entiende, voy a salir a la calle, si estoy solo me llamaran loco, si somos muchos lo llamaran revolución. Aún nos queda tiempo. A nadie le importa ya si estamos vivos o muertos. Algo hay que hacer….

“Cambiemos de azul. Tal vez de ciudad. Mejor de trabajo.”

¡Sígueme! Sandra ¡Vamos! ¡Sígueme! Esta vez va en serio. Voy a volver a hacerlo, no voy a permitir que me roben el tiempo.

martes, 16 de junio de 2009

No nos lo perdonarán (y V)

No se encontraba muy bien. Supongo que la había sometido a mucha presión. Aparecer allí sin avisar, sin encomendarme a nadie, me resultaba ahora egoísta, desconsiderado, de un perfecto cabrón. Había calculado todo al milímetro, mis palabras, la llegada, las miradas, pretendía que fuera perfecto, el regreso del hijo pródigo. Pretendía que fuera definitivo, las cartas boca arriba, abran juego señores, es la última partida, la última oportunidad y lo aposté todo, si tienes poco tu única esperanza es hacer saltar la banca, no quieres un poco más, lo quieres todo.

Entró en la cocina, oí voces, hablaba con el encargado. La gente seguía mirándome, pero ya no me importaba, mi cerebro establecía por su cuenta pensamientos y posibles acciones para salir indemne de esta, nada estaba saliendo como esperaba, estaba volviendo a repetir los errores de siempre, el problema no era el lugar, el problema no era ella, ni siquiera era lo que yo sentía, el problema era yo. Apenas fueron 15 minutos, me parecieron siglos.

-Vámonos Tom-Dijo Cathy con voz cansada, como si fuera una escena mil veces repetida, como tu canción preferida mil veces seguidas.

Salió ya cambiada, unos pantalones de pana negra, un forro polar, un anorak en el brazo y un gorro de lana blanco dejando escapar su enmarañado pelo rubio por debajo y entonces recordé, recordé la primera vez que la vi en el bar, hacía ya mucho años, con su ridículo gorro de papa Noel y medio borracha. Nunca he odiado a nadie tanto como me odie a mi mismo en ese mismo momento, me odié por hacer tan complicado algo tan sencillo, la quería y eso tenía que haber sido suficiente, la quería por encima de las infidelidades, de los gritos, de sus huidas, de nuestros sueños enfrentados, de todo lo que dejamos detenido durante años.

Justo mientras le sujetaba la puerta me volví y vi que el que debía ser el encargado me miraba con cara desaprobación desde la puerta oscilante de la cocina, amenazante, peligroso, un tipo rudo, gordo, grasiento, con un tatuaje que le sobresalía por el brazo de su ajustada camiseta negra, mascaba chicle y movía su perilla roja al compás de las sienes de su cráneo pelado. “Si le haces daño te mataré” juro que oí sus pensamientos. Le miré fijamente, digno y desafiante me di la vuelta decidido, pisé una placa de hielo y casi me caigo si no hubiera sido porque todavía estaba agarrado al tirador de la puerta. Las risas se oyeron en España.

Cathy esperaba en la puerta del todoterreno mirándome con cara de mala hostia.

-¿Abres la puta puerta o qué? Joder que manía con cerrar el puto coche. Déjalo abierto como todo el mundo joder.
-¡Voy joder!, ¡voy!-No llevaba media hora allí y ya el odio empezaba a compensar al amor, o lo que fuera…

Le di al mando y muy despacio me acerqué al coche. Dos resbalones no tendrían perdón.

-¿Pero tú no vienes en coche hasta aquí?- Le pregunté una vez dentro.
-Matt pasa a recogerme por las mañanas y me lleva por las noches- Contestó Cathy.

Primer pensamiento: No pasan la noche juntos. Joder, no tengo remedio…

Conduje hasta el inhóspito pueblo que había pasado en el camino de ida justo antes del desvío. Me guió por las calles. Yo la miraba de reojo. Todo era irreal.

-Estás muy pálida. ¿Te encuentras bien? -Le dije tratando de empezar una conversación.
-Vete a la mierda. –Contestó ella.

Mensaje recibido. No hay ganas de hablar.

Llegamos a su casa-piso. Apenas algo más grande que el todoterreno. Aparqué en la puerta, bajamos del coche y cuando íbamos a entrar cerré con el mando a distancia las puertas. Ella me fulminó con la mirada.

Todo estaba desordenado, frío, casi sucio. Me abstuve de hacer ningún comentario.

-Voy a darme una ducha.-Dijo Cathy mientras empezaba a desvestirse.
- Tómate el tiempo que necesites.

Cuando salió de la habitación con la toalla. Vi las marcas inconfundibles en su brazo.

¿Hasta dónde habías bajado Cathy? ¿Dónde te encontrabas ahora? ¿Dónde iremos a parar? ¿Dónde estuve para evitarlo? Maldita sea. Pasados los años me di cuenta que no me lo perdonaría nunca.

martes, 9 de junio de 2009

Otra vez a casa

Nadie entendía mucho. Era uno de los deportes europeos.

-Pero a eso sólo se juega en el parque, no es un deporte serio, ¿no?. –Decían tratando de joderme.

“Esta vez no pasamos ni de primera ronda. Nunca ganaremos el mundial.” No entienden tanta decepción, y me preguntan alrededor de cuatro cervezas porqué digo eso.

A Adam le gusta la historia, es mecánico en una gasolinera, nunca pudo ir a la universidad. Pero lee, mucho y bien. Es uno de los tipos más inteligentes y honrados que he conocido. Si la responsabilidad para gobernar el mundo se diera por inteligencia y honradez en vez de por títulos y masters pagados a tocateja el mundo cambiaría. A Adam le resultan curiosas cosas que los demás no se paran a pensar. Años después cuando volviera a Boston, cenando en su casa, en una larga conversación me lo demostraría: ¿Por qué debemos de renunciar a nuestras libertades por vivir en guerra contra el terror? ¿Por qué la gente vota a un imbécil que dice “War is my life´s choice”? Un año después un hermano suyo moriría en Irak. Entre otras cosas también le parece increíble que cuando se jode el coche se lo lleve a arreglar.

-No te creas ni media palabra de este tipo Cathy. ¿Es ingeniero y necesita que yo le arregle el coche? ¿No tiene manos? –Suele decirle a Cathy, y todos se ríen, yo encojo los hombros.
- ¡Bah Tom! ¿Sois todos los españoles tan gilipollas como tú? –Risas y más risas.
-No. –Contesto. –A mí me echaron de allí por gilipollas. En el fondo, esa frase tiene parte de verdad.

Me voy a la barra y pido una cerveza, Adam viene conmigo.

-No he leído nada de tu país. Explícamelo en una cerveza… pero no te pongas pesadito. –Me dice mientras me da una palmada en la espalda y se ríe.
-Me sobra medio botellín Adam.

Somos los eternos perdedores, los que lo tuvimos todo menos los gobernantes adecuados. Los que cuando no tenemos a quien joder nos dedicamos a jodernos entre nosotros. Es difícil tratar de explicar de dónde vengo. Le explico que una vez estuvimos en guerra con ellos por una excusa mal montada, que una vez dominamos el mundo al grito de Santiago en distintas lenguas, distintas lenguas luchando por lo mismo. Que años después, cuando la iglesia, los reyes y la clase política nos habían esquilmado hasta de nuestros sueños, fuimos capaces de echarnos al monte para derrotar al ejército más poderoso de la época a punta de navaja y devolverle el poder a aquellos que nos habían llevado al desastre. Un pueblo inculto, rudo, brutal pero honesto. Honor, honor, honor. Que un siglo y pico después, cuando todo se había ido al garete, aun teníamos energías para fusilarnos y matarnos con saña entre nosotros. Y aquí estamos, todo sigue igual, la misma iglesia, los mismos reyes, la misma clase política, volviendo a ser eliminados en la eurocopa, en el mundial… Fin.

-Un día con más tiempo. Suena interesante. –Dice Adam, mientras me mira de reojo, sin saber si creerse el resumen o si le estoy tomando el pelo.
-Claro. Cuando quieras.

Cathy me besa al llegar a la mesa. A ella también le encanta oírme contar historias. El buen tiempo hace todo más luminoso. Me han publicado una serie de columnas, esta vez aquí, la cosa no va mal. 850$.
Cathy hace las correcciones a mi inglés imperfecto sentada en el porche del garaje. Adoro esta vida. Yo escribo, ella toca en su banda. También doy clases de español y ella trabaja de camarera cuando el dinero no llega con lo otro, pero todo va bien.

-¡Soy el gran Arturo Bandini! ¡Soy el gran Arturo Bandini! –Suelo gritar cuando recibo un talón y ella se ríe y salta sobre mí. Con eso pasamos otro mes sin apuros. La siento en la mesa del comedor, me mira a los ojos mientras me besa. Me gusta su mirada en plan: “Soy la más zorra del mundo y no sé si tengo suficiente contigo”. La clava. Acabamos follando allí mismo, mejor que nunca…al menos para mí.

Estoy viviendo. Estoy vivo. Me siento vivo 16 horas al día, el resto duermo. Antes era al revés. Era un sonámbulo 16 horas al día, el resto soñaba con huir.

martes, 2 de junio de 2009

No nos lo perdonarán (IV)

Apenas advirtió el enorme todoterreno negro que estaba en la puerta de la cafetería del motel. Estaba más delgada, desmejorada, llevaba el pelo más largo de lo que solía ser habitual. Me dieron ganas de bajar a ayudarla a tirar esa enorme bolsa al contenedor. Llevaba ya 15 minutos en el coche, me había dado 20 minutos para aclarar las ideas y no entrar como un elefante en una cacharrería.

Tenía todo preparado, todo previsto, mi frase genial aguardando. Olvidé todo una vez que la vi con ese vestido azul y el delantal blanco, camuflada entre la nieve de la acera. Observé sus pies, calzados con unos zapatos como los que había visto a algunas enfermeras, zapatos para personas que pasan mucho tiempo de pie. Las rodadas de hielo, marrón por el barro, cubrían el espacio desde la puerta del motel hasta el contenedor. Apenas 15 metros. Se me hicieron eternos. No podía evitar pensar en el frío y sus pies mojados. No sin esfuerzo tiró la bolsa al contenedor y volvió a entrar a la cafetería.

-Adelante Tom. Vamos. Sin pensar. -Me repetía para mis adentros.

Había tres furgonetas más en la explanada, todas pickup, todas con diversas herramientas en la parte trasera. Supuse que apenas habría más de 7 u 8 personas dentro. De todos modos eran demasiadas para una escena en plan reencuentro, ¿pero qué mierda de escena?, estaba empezando a desvariar, tenía que entrar ya o me iba a volver loco. 35 minutos.

Bajé. Al contrario que el resto de la gente de por allí cerré el coche. Fui hacia la puerta pisando el puto hielo marrón. Allí estaba ella, detrás de la barra, con cara de cansancio, mirando hacia lo que debía de ser el fregadero terminando de aclarar lo que serían uno vasos, el pelo recogido apenas le alcanzaba para hacerse una coleta, me acerqué hasta estar delante. Sin levantar la vista me preguntó:

-¿Que es lo que desea?
-A ti, pero me parece que es mucho pedir. -Ya lo he dicho en anteriores veces pero me parece bien repetirlo ahora, suelo joder todos los momentos con frases altisonantes, desmesuradas, incluso, a veces, fuera de contexto. No podía defraudarme. Digno del gran Bandini.

Entonces me miró. Se soltó la coleta, se apoyó en el fregadero con las dos manos, bajó la cabeza y respiró hondo. Se quitó el delantal. Volvió a mirarme.

Estaba más mayor. Habían pasado casi dos años y medio desde que habíamos estado juntos en Cádiz. La recordaba con la piel tostada, brillante, el pelo rubísimo por el sol, con un bikini blanco y riéndose sentada en una toalla mientras bebía una lata de cerveza. Esos dos años y medio parecían diez en ella.

-Me dijiste que vendrías en unos meses Tom. ¡Joder Tom! ¡en unos meses!, ¡maldita sea! Han pasado tres años otra vez. Tres putos años otra vez Tom sin saber nada de ti.

Mi cerebro quería apuntar que exactamente habían pasado dos años y cuatro meses. Pero entendí que no era el momento de ser puntilloso con el calendario. A esas alturas las veintitantas personas que estaban en la cafetería nos miraban si ningún tipo de disimulo. Y yo, nervioso por el recibimiento no podía evitar pensar tonterías:

-¿Pero de donde coño ha salido tanta gente? ¡Joder! si sólo había tres putas furgonetas fuera. Céntrate Tom, concéntrate en lo importante. -Pensaba para mis adentros, pero mi cerebro se había puesto ya a la defensiva.

-Me rendí, ¿sabes?, me rendí, Tom. Pensé que ya no vendrías.-Me dijo, ya sin ira, sólo cansada.
-¿Y la caja en casa de Adam? La dejaste para mi, sabías que vendría.–Dije agarrándome a esa esperanza como antes lo hacía a su sonrisa.
-Siento como si eso hubiese sido hace siglos Tom, hace siglos.

martes, 26 de mayo de 2009

Uno de los buenos

Una mañana, una cualquiera, sólo en mi cama. Nadie al lado otra vez. Siempre me duermo con la esperanza de que ella esté al despertar. Que se haya arrastrado entre las sombras hasta aquí, ¿desde dónde?, no lo sé. Hace ya una semana que se fue, otra vez. No meto a nadie en su cama, nadie extraño, es lo único que respeto. Me valen camas ajenas.

La misma resaca de siempre y las mismas ganas de verano. Ayer no fueron ni 5 las páginas que se salvaron de la papelera. Greenpeace acabará denunciándome.

Es siempre amor sobre lo que trato de escribir, siempre intento explicar que es solo una opción, una elección de lo correcto, pero siempre acabo odiando cuanto escribo y cuando escribo. Y ella siempre me recuerda que soy uno de los buenos en esta estúpida obra de teatro que algunos llaman vida.

-Tú eres buena persona. Tú eres uno de los buenos.-Dice mientras se ríe.

Ella se sabe una de las malas. No estoy tan seguro. A veces no siento, a veces me creo capaz de todo porque nada me afecta, insensible, cansado, estoy por encima del bien y del mal, podría ser el ángel exterminador de sentimientos.

Siempre trato de escribir sobre amor y acabo odiando a algo o a alguien en las líneas que escribo.

Me estoy quedando duro por dentro, no distingo el sexo del amor, la política de la corrupción, la gente del bullicio, lo correcto de lo incorrecto, todo es una masa inerme.

Diez de la mañana, recuerdo mi trabajo en España, no quiero volver. Aun así prefiero esto. Pongo música mientras me ducho.



Pienso en voz alta: ¿Es esta vida mejor?
Mejor, peor, igual. Todo me cansa. El sentir, el no sentir, todo. Salgo de la ducha.

La puerta del dormitorio está cerrada. No la dejé así. Con la toalla en la cintura la abro. Allí está, agachada deshaciendo la mochila, gira su cabeza y me mira.

-Hey! ¡Me he hecho un tatuaje! ¡Mira!
-¿Has necesitado seis días para hacertelo? –Tratando de no contener el sarcasmo.
-¡No me jodas Tom!... (piensa)…..¡Vamos al Frog Pond! –Dice mientras una mueca de felicidad le cruza la cara, no tiene lógica ninguna, se dedica a vivir, a ser feliz.
-Vamos Cathy, vamos. –Digo cansado.

Quizás sea uno de los buenos… y si no uno de los más gilipollas.

martes, 19 de mayo de 2009

No nos lo perdonarán (III)

Conduje durante horas. Perdí la cuenta. Me preguntaba cómo era posible que yo hubiera llegado allí, al culo del mundo, a un sitio con señales de “precaución: renos” en vez de las habituales "ojo: vacas". Repasé todo lo que había hecho en mi vida, las pequeñas decisiones que me hicieron abandonar caminos que pensaba definitivos. Repasé las veces que había sido feliz y aquellas en la que la tristeza todavía conseguía ponerme un nudo en la garganta y desmentir que estuviera ya duro por dentro.

Durante mucho rato no vino nadie por esa carretera y pensé que haría si pisaba una placa de hielo y me iba a tomar por el culo, no tenía móvil y, más que un gato, necesitaría un tigre si pinchaba y tenía que levantar aquella monstruosidad de todoterreno. Cantaba viejas canciones del cd que había puesto. A voz en grito.

Atravesé bosques y ríos, todo nevado. Me crucé con enormes camiones cargados con madera. Seguía cantando. Había tomado una decisión, por primera vez en mi vida me sentía seguro de algo. Allí estaba yo. Yo. Dispuesto a todo. Quizás para la gente eso fuera lo más natural del mundo, para mí era sentirme vivo otra vez y de una vez por todas.

Subí el volumen…

“Esto es lo que hay y esto es lo que debes saber. Ya te lo dije ayer. Puedes ser el rey, puedes ser un tipo de ley. ¿Cuál es tu salto mortal?
¿Dónde iremos a parar... caminando en círculos, como fieras afilando los colmillos?
No nos lo perdonarán, no nos lo perdonarán…
Será definitivo, será para volver contigo otra vez.
Esto es lo que hay y esto es lo que vas a aprender. ¿A dónde quieres llegar?
Puedes ver arder la carretera bajo tus pies con tal de regresar.
¿Dónde iremos a parar controlando el vértigo de los sueños que quedaron detenidos?
No nos lo perdonarán, no nos lo perdonarán…
Será definitivo, será para correr contigo otra vez.”



A la hora y media vi el pequeño desvío y el cartel enorme que anunciaba el motel. Tal y como me había explicado Adam no tenía perdida, más que nada porque no había nada en kilómetros a la redonda. Allí estaba. Fin de trayecto. Me había imaginado el futuro pero faltaba un pequeño detalle. Me faltaba decírselo a ella y que ella quisiera. Paré en la explanada justo enfilando la puerta de la cafetería. Le recé a la suerte para que estuviera allí y que no fuera su día libre o no hubiera cambiado de trabajo.

En ese momento me sentí el ser más despreciable del mundo.

martes, 12 de mayo de 2009

En un semáforo

La última vez que la vi todo era confuso, era un bar lleno de gente de una calle estrecha, con mi coche aparcado en un solar cercano, me despedía de mis amigos. De ella no me despedí de una manera especial. Ninguno de los dos volvió a llamar. Podía haberla querido, tenía la suficiente personalidad como para ser única. Era rubia con mechas oscuras, pelo por encima del hombro, me miraba siempre con sus ojos grises como si estuviera a punto de iniciar la gran aventura de su vida. Y no dudo de que si le hubiera dicho de irnos juntos a cualquier sitio hubiera aceptado, o eso me gusta creer. Se llamaba Gabriella, todos la llamaban Gabi. Todos menos yo.

Pertenecía a un mundo distinto. Era amiga de dos compañeros de universidad que tenían el dinero por castigo pero que aún así tenían los pies en el suelo, quiero decir, podían ir en un descapotable pero ambos tenían un coche de segunda mano, un Fiesta y un Corsa respectivamente, eran buena gente. Ella no. Ella tenía un Golf descapotable. Todo pose. Perfecta. Distante. Inalcanzable.

El día que años después apareció en el bar con ellos resplandecía por encima del resto. Dos cervezas más tarde sentí que la había juzgado mal. De prepotente había pasado a tímida, de arrasadora a insegura, de superficial a increíblemente sensata. Ahora era cercana. Tiempo malgastado en la universidad, maldije. Desde aquel día empezamos a coincidir en bares, siempre con nuestros amigos de por medio.

Tres semanas después, un viernes, apareció sola por el bar.

-Tus amigos no están.-Dije mientras la saludaba dándole dos besos.
Ah!, bueno, entré a ver si estaban, mis amigas están fuera, ya me pasaré más tarde.
-¿Una cerveza?-Un sí, un sí, necesito un sí, pensaba.
-Vale.

Estaba a punto de huir a Boston y ella se cruzaba en mi camino. Se lo conté. Juraría que una estela de decepción cruzó por su mirada. Hoy era mi despedida.

Tres horas después estábamos follando en el asiento trasero del Fiat que por aquel entonces tenía. Precipitándolo todo, haciendo todo lo que deberíamos haber hecho durante meses en una sola noche, impasibles a las miradas, disfrutando cada momento con la certeza de que iba a ser el último. Esforzándose ella por hacer lo que no solía, olvidando su timidez, sus prejuicios y yo sintiéndome extraño, sabiendo que no quería que fuese chica de una sola noche. Arrojando al fondo de los “que sería de mi vida si…” todos los pensamientos. Pero estaba decidido, me marchaba a Boston.

Hoy la he visto cruzando un semáforo. Han pasado muchos años, abril del 2008. Llovía. Me he detenido en mitad del paso de cebra. Le he dicho hola, iba con una amiga, esperaba que se parase, ha pasado casi rozándome, me ha mirado directamente a los ojos y ha dicho adiós. Sin detenerse. Juraría que había algo en la entonación, algo, tristeza, ojalá odio, pero algo que no era indiferencia. Algo que me ha hecho sentirme vivo, capaz de volver a ser yo mismo, pleno, indefenso ante nuevos sentimientos. Me he girado esperando su mirada, hablaba al oído de su amiga y durante un segundo, menos, volvió la cabeza. Hay partida.

No puedo evitar dar rienda suelta al depredador que llevo dentro. Hambre de experiencias, de vida, intermitente. Al alejarse le miro el culo que le hacen los vaqueros grises ajustados, dentro de unas botas marrones y una punzada en el estomago casi me parte por la mitad al recordar a Cathy. Ahora ella no puede hacer nada por evitarlo, absolutamente nada. Me duele su recuerdo, me duele el tiempo que pasé en silencio desde que murió.

martes, 5 de mayo de 2009

No nos lo perdonarán (II)

Ahí dentro estaba una foto de Sandra, mi ex, con mi familia, las llaves de mi expiso y mi excoche… mi exvida. Después la caja ardía y me quemaba los brazos, mientras, el resto del cuerpo seguía helado y poco a poco comenzaba a gotear, me estaba derritiendo, consumiendo, desapareciendo en un charco. Me desperté. Durante unos minutos lo sentí real. No creo en los presagios, pero me sentí intranquilo durante unos minutos, aquello no podía ser nada bueno, supuse que era sólo el miedo, el miedo otra vez. Eran las 5 de la mañana. Me levanté. Me di una ducha, preparé la mochila y bajé a desayunar algo tratando de hacer el mínimo ruido posible.

Con el café en las manos me dirigí al garaje. Abrí la caja con cuidado, cortando el precinto con una navaja que había en una caja de herramientas. El sueño me había dejado inquieto y no sabía que podía encontrar.

Ahí estaban unos cuantos discos míos, un par de cuadernos que dejaría olvidados en algún cajón de la casa, un par de camisetas, mi armónica, y sobres con fotos. Una veintena o más de sobres llenos de fotos. No había visto ninguna en casa. Deduje que desde que me fui había recopilado y hecho copias de todas las fotos que habían hecho sus amigos y en las que salíamos juntos, jamás imaginé que fueran tantas. Pero ahí estaban y en todas yo era irreconocible, en todas se me veía feliz. Cerré la caja y los ojos durante un instante. Estaba sólo a unas horas de lo que veía en las fotos. Un poco mareado me dirigí a la cocina. Mi determinación, si alguna vez en los últimos días había llegado a flaquear, era ya absoluta.

A las seis menos cuarto bajó Adam.

-¿Te he despertado? -le pregunté.
- No, no, tranquilo. Me despierto siempre pronto.

Trató de beberse el café que yo había preparado…

-¿Pero qué mierda es esta? –Lo escupió en la fregadera.
-Perdón preparé un poco para mí. Échale más agua. –Reí.

Adam rió. Siempre les decía lo mismo. Me consideraban un derrochador y yo los acusaba de bárbaros por aguar el café.

-¿Sales ya? –Me preguntó.
-Sí. Cuanto antes mejor, no sé lo que me puede costar.
- ¿Con que vas? –Parecía mi madre preguntado si iba bien equipado a los campamentos.
- Tranquilo les he alquilado a los de Alamo un GMC Sierra. Lo llevo todo, estoy preparado.

Silencio. Adam quería decirme algo y no se atrevía.

-Dispara. –Quería igualarme al chico duro de los bosques del Norte.
-No sé Tom… Intenta que esta vez salga bien. Veníos a Boston. Será como en los viejos tiempos… No os hagáis más daño, no os lo perdonaría.
-Lo intentaré Adam, de verdad. Gracias por dejarme pasar la noche aquí. Me alegro de haberte vuelto a ver. Dale un beso a Jane de mi parte.

Le abracé, dejé la taza en el fregadero, me puse la mochila y cogí la caja. Me dirigí hacia la puerta que desde la cocina daba al lateral donde tenía el coche, justo antes de abrirla me volví. Adam apoyado en la bancada de la cocina me miraba. Hizo un gesto con la mano, le respondí con la cabeza y salí. El frío me corto la cara como un cuchillo.

Miré el coche. Me di la vuelta y volví a entrar. Adam seguía en la misma posición, una sonrisa se le dibujaba en la cara.

-¿Y bien chico preparado? –Ahí lo tenías, la satisfacción, la ironía y la preocupación hecha hombre.
-¿Me dejas una pala y una rasqueta para quitar toda la nieve?
-Espera que me vista. Te ayudaré.

En ese momento sentí que tenía que darle las gracias. No por esto, por mucho más.

-Gracias Adam… por todo. Sé que pudo venir a España porque tú le dejaste el dinero.
-Esa cabrona no es capaz de mantener la bocaza cerrada…
-Ya la conoces.-Dije, con ganas de añadir, incluso mejor que yo, pero no quería remover viejas historias.

Una hora después estaba con el plano abierto y las notas en el asiento del copiloto rumbo al Norte, todavía más al Norte.

martes, 28 de abril de 2009

Melancolía e infinita tristeza

No puedo ver la razón por la que se aleja de mí. No alcanzo a saber que oculta cuando trato de besarla en el bar, y se apoya en la barra, de manera descuidada, borracha, sabiéndose dueña de todo, tirando los vasos al suelo.

No puedo ver ángeles donde ella los ve. Ya lo he entendido, ella me lo hizo entender. La belleza está en los ojos del que mira. Y Adam D. coge una guitarra y toca para treinta personas, soy un privilegiado, me siento a escuchar, y ella se sienta en mis piernas mientras susurra todas las letras. Nada podría ser mejor. Alejado de sus Los Ángeles, en la ciudad de Evan, de Juliana, de Bill y Chris. Quizás California sea mejor que esto. Sin frío, sin nieve, puta nieve. Pero no sin ella.

Es tarde ya. Hace tiempo que no tengo esa extraña sensación de melancolía que me hace convertir en pasado lejano lo que ocurrió hace un par de días, y añorarlo, sentirlo mejor, mejor incluso de lo que fue. Mi mente selectiva me juega malas pasadas. Y en estas tardes de verano en las que las ventanas de la casa están abiertas y camina descalza por el jardín mientras canturrea distraída no puedo evitar pensar que nada podría ser mejor, aunque ella tenga las riendas de mi vida y me deje llevar. Pánico.

Me siento lejos de su mundo, sólo borracho, como ahora, creo que podemos encajar. Sólo cuando me dejo llevar pienso que realmente nada tiene importancia y me siento inmensamente feliz. Son las tres de la mañana y estamos solos, ella y yo. Ella dormida en el sofá, yo tratando de unir frases inconexas para tratar de inmortalizar esta sensación que no quiero que acabe.

Ojalá esto fuera el mundo real, pero sé que en algún momento vendrá la oscuridad a mis pensamientos y el verla pasear descalza no será suficiente. El notar el calor del verano y sentir como suda mientras nos miramos fijamente al hacerlo no alcanzará para barrer mis miedos.

Voy a dejar de escribir por hoy, barrunto que me espera un largo invierno.

martes, 21 de abril de 2009

No nos lo perdonarán (I)

La encontré en un motel de una carretera perdida del condado de Somerset, trabajando de camarera y arreglando las habitaciones. Chica para todo. Y el invierno haciéndole rechinar los dientes cuando salía a tirar la basura. Más al norte todavía. En la más absoluta de las nadas y a un paso de Québec. Habían pasado casi dos años y medio.

Llevaba parado en la puerta 20 minutos con la calefacción del todoterreno a tope, los últimos 20 minutos del gran viaje, el viaje definitivo. Mirando por las ventanillas cubiertas de cristales de hielo y los limpiaparabrisas retirando los pequeños copos que seguían cayendo. “El infierno debe de ser muy parecido a este sitio”, pensé, vi como el hielo colgaba de los retrovisores laterales y suspiré, quería arrojar toda la tensión lejos, muy lejos, al horizonte blanco que se confundía con las nubes y las copas de los árboles llenos de nieve. De todas las direcciones posibles al dejar Boston ella se había dirigido al Norte, yo siempre le hablaba del Sur, de Miami, del eterno verano, de andar descalzos por la playa. Se había ido hacia todo aquello que la alejaba de mí.

Con las señas escritas en el papel y unos pequeños dibujos y anotaciones en un mapa no había sido difícil llegar: “Jackman, Maine, estatal 201, junto al lago Bigwood”. Adam había sido escueto pero eficiente, no tenía perdida. Me había mirado con sorpresa al verme aparecer en su puerta, como si en vez de venir de Europa hubiera venido de un universo paralelo, después me abrazó con sorprendente afecto. Me invitó a pasar la noche en su casa y en la cena, hablando de mil cosas, me dio la dirección.

-¿Vas a volver con ella otra vez? ¿Será definitivo? – Pregunto a bocajarro en un momento de la conversación.
-Si ella quiere sí. –Dije, firme y decidido. Se habían acabado las dudas. –Será definitivo otra vez. –Añadí.

Adam torció el gesto con lo de “otra vez”, no era muy de hacer bromas con los sentimientos, ¡pero qué coño! era yo el que se la estaba jugando y podía permitirme el lujo de hacerlas. Aunque a estas alturas era más consciente que de lo que hacía realmente era vivir y no jugármela.

-Hace mucho que no la veo Tom. La última vez que hable con ella no la noté bien. De un tiempo a esta parte es como si se estuviera apagando.

Me quedé pensativo, pero Jane me sacó de mi ensimismamiento y preocupación ofreciéndome una cerveza.

Adam se había casado con Jane, Jane Maginis, una chica de mirada sincera y que podrías haber visto en mil sitios y nunca la recordarías. Quería a Adam, se notaba en cada cosa que hacía y Adam trabajaba duro, siempre lo había hecho, pero ahora tenía un motivo más noble para seguir en aquel garaje mugriento, que a ella no le faltase nunca nada. Tenían un objetivo común, “llegarán lejos” pensé. Entonces el vértigo se apoderó de mí. ¿Qué teníamos en común Cathy y yo? Adam rompió el silencio que se había formado y dijo:

-Ven, quiero enseñarte algo.

Salimos al garaje, un garaje grande, con altillo, lleno hasta reventar de cajas, herramientas, neumáticos de verano con sus llantas, un todoterreno con más años que yo, compresores, palas en ordenado caos… y me llevó hasta una caja. Mi nombre estaba en un lateral escrito con un rotulador de trazo grueso. Reconocí la letra en cuanto la vi.

-Dejó esto para ti. –dijo Adam señalando la caja-. No la he abierto si te lo preguntas, me dijo que un día vendrías por ella.

La caja no era muy grande, era una caja de cartón cerrada con adhesivo de embalar también marrón. Me preguntaba que habría dentro.

- Gracias Adam.

No hice mención de abrirla, prefería hacerlo cuando estuviera sólo. No sabía lo que me podía encontrar.

- ¿Cuando irás? –Pregunto Adam con un aire paternalista, no sé si estaba preocupado por mí o por Cathy.
-Mañana temprano.
-Es un viaje duro. ¿Quieres llamarla antes?
-No. De verdad.
-Es mejor que alguien sepa que vas para allí, tienes unas 275 millas, en verano podrías hacerlas en 4 horas mas o menos, pero para esta noche han dado nieve. No sé cómo te encontraras aquello y tú….

Ahora era cuando Adam adoptaba la pose de tío duro criado en los rigores del invierno y yo la de muchachito tropical.

-De verdad Adam, gracias. Se lo que hay.
-Ok, Ok. Tú mismo. Vamos a dormir Tom. Mañana tendrás un día duro.

Estaba cansado. Dormí. Soñé con la nieve, luego desperté sudando, el sueño había degenerado en una pesadilla. Iba con el todoterreno por la noche, por una carretera con las cunetas llenas de nieve y bordeada de un bosque denso y oscuro. De repente una caja en medio de la carretera, detenía el coche, bajaba en medio de la ventisca y abría la caja…

martes, 14 de abril de 2009

3 años después (y IV)

Amanecimos en mi pequeño apartamento. El sol entraba por las rendijas de la persiana y lanzaba rayos a través del polvo que flotaba en el aire, empezaba a hacer calor. Ella sin moverse, boca abajo en la cama y las sábanas cubriéndola hasta la cintura. Yo sin decir nada, contemplando la escena. Asustado de ser lo que realmente quería.

La resaca retumbaba en mi cabeza. Domingo, un domingo cualquiera de verano, pero ella estaba allí y todavía no podía creerlo. Me duche con agua casi helada, sonreí al pensar que por primera vez en unos años ese no iba a ser el mejor momento del día. Recordé todos los kilómetros recorridos con hambre de verla, recorriendo la costa, sabiendo que ella estaba al otro lado de ese océano. Recordé a todas las camareras que trataron de suplir su ausencia en el asiento trasero. Incluso a Sandra, recordé a Sandra con ternura, siento que es a la única persona que realmente he engañado en mi vida. Estaba con ella queriendo estar con Cathy, pero ni yo mismo lo sabía. Cuando salí de la ducha Cathy revolvía los armarios de la cocina en busca de algo comestible, llevaba una camiseta mía por vestido que apenas tapaba sus bragas.

-Buenos días. -Le dije, mientras la contemplaba desde el marco de la puerta.
-¿Dónde coño hay aquí algo para comer?...

Entonces levanto la vista, me miró y me vio por primera vez. Dejó de buscar, se acercó a mí y me abrazó. “Fin del camino”, pensé, y me sentía realmente así, como si todo lo hecho hasta ahora en mi vida hubiera merecido la pena por llegar justo a ese instante. No podía haber estado más equivocado. Y a bocajarro me lanzó la pregunta. Vuelta al mundo real.

-Mañana por la tarde cojo el avión en Madrid. ¿Vendrás conmigo?

Sabía que Cathy no se quedaría por aquí, sabía que ella me asumiría en su vida, pero allí, en Boston, no aquí, y en el fondo estaba de acuerdo. Aun así la crudeza y lo directo de la pregunta me sorprendió. Habían pasado tres años y en algo tenía que notarse.

-No puedo desmontar mi vida aquí en un día. Te llevaré al aeropuerto, pero tendrás que darme al menos unos meses para marcharme allí. Tengo que dejar todo esto en orden. ¿Ok?
-Sí que puedes, tu vida allí la desmontaste en una puta tarde, ¿no recuerdas?

Como un directo a la mandíbula. Una parte de mí me decía que tenía razón y que al menos tenía que concederle el derecho al pataleo, la otra parte activó todos los miedos y me puse a la defensiva. Volvió a ganar el miedo, la ira.

No la acompañé al aeropuerto. Esa misma tarde desapareció. Justo cuando iba a darme el último baño de la tarde me pidió las llaves. Subió antes de la playa, le dije que me subía con ella, pero no quiso.
-Te espero en casa.-Me dijo.

No tarde más de treinta minutos, cuando subí las llaves estaban en la puerta, sabía lo que iba a pasar, lo sabía desde que se fue de la playa. Entré. Nadie, sólo una nota pegada con celo al televisor.

- Te espero en casa.

Busqué las llaves del coche, fui a la estación de tren, busqué en los autobuses, pregunté en los coches de alquiler, recorrí Cádiz calle por calle. Anochecía y ni rastro, entonces me di cuenta, ¿cuánto le podía costar a una chica como aquella conseguir parar un coche haciendo autostop?

No me podía estar pasando esto, sólo podía arreglarlo dejando el piso, llenando una mochila y saliendo hacia Madrid a la mañana siguiente. ¡Joder! No podía hacerme abandonar todo de repente y seguirla a ojos cerrados, las cosas no funcionan así, no, ¡joder!, ¡NO!. Ya lo he dicho antes, triunfó el miedo. No era capaz de renunciar a las cuatro cosas que tenía en el piso, no podía irme del trabajo sin dar una explicación, no podía dejar el puto BMW en Barajas por los siglos de los siglos. Y cuando me di cuenta de todo esto rompí a llorar sobre él volante, no porque se hubiera ido, no por haberme marchado de Boston, lloré porque sólo tenía una vida y en ese mismo momento estaba eligiendo desperdiciarla, justo en ese mismo momento.

martes, 7 de abril de 2009

Insuficiente

Y entonces algo hace crack dentro de mí, no es la primera vez, pero todo es más brillante, más luminoso, salgo a la calle, no pertenezco a nada, he reventado el móvil contra la pared, soy un poco más libre. Paseo despacio, sin correr, el sol baña mi rostro, el sol mortecino de finales de febrero, el viento agobiante de inicios de marzo. Me estoy encontrando a mí mismo. Soy feliz cuando no doy explicaciones.

Se acabaron los trajes, me he puesto mis zapatillas rojas, ocultas en un cajón desde hace tiempo. “Me lo dicen en los bares, es algo que llevas dentro” y ahora “¿quién no tiene el valor para marcharse?”, ya no, ya no voy a quedarme y aguantar, si lo hago me saldrá un cáncer, o peor, viviré infeliz por siempre.

Así que retomo las viejas canciones, los viejos sueños, la vieja guitarra. Me acerco a la papelería del centro, donde mi padre me compraba los cuadernos de matemáticas cuando era un crío, para comprar nuevos cuadernos donde escribir. Recuerdo esos cuadernos de matemáticas, inmaculados, llenos de complejas operaciones y la facilidad con que mi padre los resolvía cuando yo, mordisqueando el lapicero, no acertaba a salir del punto de no retorno en el que solía meterme cuando borraba y borraba resultados. Ofuscado, furioso por no poder dar con la solución. Mis piernas no alcanzaban el suelo, sentado en las incomodas sillas del comedor un domingo por la tarde, mi padre me explicaba y explicaba que el método era volver a empezar, despacio, sin prisas. Pero eran sumas muy largas y mi orgullo derramaba lágrimas de impotencia. Juré que las matemáticas no podrían conmigo. Y así llegaban las evaluaciones, una vez tras otra.

Lengua: Sobresaliente
Naturales: Sobresaliente
Mates: Insuficiente
Dibujo: Suficiente

Y pasaron los años y se cambiaron los nombres de las asignaturas, pero seguía ignorando los sobresalientes en lenguaje, en sociales, en música, si no me costaba esfuerzo es que no debía de merecer la pena, y mi padre se hacía cruces de cómo podía sacar como mucho suficientes en las asignaturas de ciencias y mi frustración aumentaba.

Llegó un día en que mi padre no me pudo ayudar más, un día se fue a trabajar al departamento de ingeniería de materiales de la universidad y cuando lo volví a ver estaba metido en una caja de un velatorio, todo fue confuso. Recuerdo verse apagar la sonrisa de mi madre, verla encanecer, y un velo de tristeza lo cubrió todo. Tenía 12 años. Al año siguiente elegí ciencias puras. Las matemáticas no podrían conmigo, acabaría siendo ingeniero.
Mañana vuelvo a Boston. Lo siento padre. Renuncio. Es hora de ser yo mismo.

martes, 31 de marzo de 2009

3 años después (III)

Miré sus botas y su falda corta y temblé como si fuera la primera vez que la veía. Seguía nervioso, apenas acertaba con el inglés y volvía a traducir a su idioma lo que pensaba en el mío. Era un desastre.

-Tres años es mucho tiempo. – Traté de excusarme.
-Sí, es mucho tiempo, pero no el suficiente. –Dijo Cathy mientras pasaba su pelo rubio, y liso como nunca, por detrás de las orejas.

No supe que decir. Después de llevar un rato en la barra nos sentamos en una mesa del fondo, sus botas marrones y desgastadas contrastaban con su vestido de tirantes blanco. Era una cowgirl en el lado incorrecto del océano.

-¿Y bien? –Dijo Cathy, dejando ver que me tocaba mover ficha, dejando claro que se había acabado la conversación superficial en la cual sólo había hablado ella.

Ni en español, ni en inglés, ni por escrito. Me quedé en blanco. Llevaba desde que nací esperando el momento de mi gran frase, de mi gran puesta en escena, del momento en el que es todo o nada, el momento en el que alguien me recordaría por mis acertadas palabras, mil veces escritas en personajes distintos en situaciones idénticas a esta. Y nada. En blanco.

-No he venido a pedirte nada, ninguna explicación, nada, relájate. Siempre pensé que algún día conocería el país de donde venías y creí que ahora tenía la excusa perfecta. Además así he descubierto que escribes mejor que cantas… o más te vale, porque si no te morirás de hambre. – Dijo mientras sonreía y me golpeaba el hombro.

Sus esfuerzos eran admirables y yo seguía sin arrancar.

-No creo que lo haga mejor. Además, esto es puntual, tampoco me gano la vida escribiendo, vuelvo a trabajar en… ¡bah!, es igual. Esto es sólo en mi tiempo libre.

Me miró con una mueca de desprecio.

-¿Tu tiempo libre? No me vengas con esa mierda otra vez. No me jodas, pensé que... ¿Quieres decirme que vuelves a ser feliz sólo a tiempo parcial? Anda ya ¡joder! Te conozco maldita sea. ¡Bah!, eres imbécil, no tienes remedio.
-Ni siquiera a tiempo parcial Cathy. –Fue lo único que acerté a decir.

Silencio. Eterno. Impotencia. ¿10 segundos? ¿10 horas?

-¿Porque me escribiste? –Dijo Cathy de repente.

La miré, era la segunda vez en mi vida que la veía llorar, las dos consecutivas, pero esta vez lloraba de manera distinta. Esta vez no había odio, temblaba, y la vi vulnerable, algo que nunca había imaginado en ella.

-¿No pensaste que a lo mejor no quería volver a saber nada de ti? ¿Qué a lo mejor era feliz así? –Me preguntó mientras bajaba la cabeza y el pelo le caía por la cara para ocultar sus lágrimas, para ocultarse en la oscuridad del bar, para desaparecer, para que se la tragara la tierra.

Y entonces sucedió, a la vez que suspiré para empezar a decir cualquier tontería la canción que sonaba en el bar acabó, silencio, un segundo, dos...



No podía evitar pensar en ella cuando la oía. Y entonces por fin hablé, sin pensar en las consecuencias, dejándome llevar, volviendo a recordar nuestras noches de borrachera en Boston, el sexo, nuestras peleas, a ella tocando con The Lavalands, el ayudarla a cerrar el bar, el no llegar a fin de mes y darnos igual…

-¿Y lo eras? Dime que no, porque yo no he vuelto a serlo. Dime que no te daba igual que fuera otro y no yo el que condujera sin rumbo en los viajes a ninguna parte, porque yo no he podido volver a poner a nadie en el asiento de al lado sin poder acordarme de ti. Me fui porque creí que controlabas mi vida, que vivía al antojo de tus caprichos, porque yo no tenía las riendas y eso me asustaba. Me fui porque soy un cobarde y no podía permitirme el lujo de ser feliz, de llevar una vida distinta a la que habían planeado para mí, de dejarme llevar. Encontré algo mejor contigo y he necesitado tres años para darme cuenta de que…

-Eres imbécil Tom. Era hoy cuando sólo tenías que haber dicho que me querías, hoy, y no aquella vez…

…..

“Tiembla como si fuera la primera vez, como si fueras a largarte después y no quisieras. Reina en las ciudades sin nombre, en autopistas hambrientas mantiene en vilo el dolor…”

martes, 24 de marzo de 2009

Monstruos

Es la certeza de que todo lo que malgasto hoy algún día lo pagaré. Es saber que la felicidad no puede durar y que necesito ser infeliz para escribir. Que ella me haga feliz y que el miedo a perderla empiece a germinar en mí es todo uno. Y mientras pienso esto y ella medio dormida en el sofá, con su cabeza en mi regazo, dice:

-Siento como si hubiera un monstruo en la cocina.

Nadie podría ser más brillante expresando sensaciones. Mi admiración me hace sentirla irreal, pero es que es magnífica en sus apreciaciones. "Yo también tengo miedo", pienso, pero de momento lo puedo controlar.

-El próximo viernes toca el grupo de Bill. ¿Vendrás?- Pregunta Cathy mientras se estira como un gato y el top negro de tirantes se vuelve más corto todavía.
-No me lo perdería por nada del mundo.

Lo complicado de saber que estás viviendo momentos irrepetibles y ser consciente de ello es que estás tan aturdido que apenas disfrutas.

Llegó el viernes y ella me esperaba en el bar, trabajaba allí por las noches, pero hoy estaría al lado correcto de la barra. Sólo escuchando, riendo y bebiendo. Nada de trabajar. Esta noche lo merecía.

Una vez en el bar tomé consciencia de todo y me sentí orgulloso, por una vez y sin que sirviera de precedente. Allí estaba yo, viviendo, sintiendo, haciendo lo que cualquier otro mortal pero que yo me había negado durante tanto tiempo.

Y entonces empezó, sentir los golpes de la batería en el pecho es único, vibrar con cada nota, saltar, reír. Seríamos 300 pero me sentía parte de aquello, por primera vez me sentía parte de algo más que no fuera pertenecer a ese oscuro pasajero que a veces habita mi cerebro. Era parte de Boston.

La miré, y ella me miró. “Torch Singer” sonaba de fondo, mal presagio, pero ella sonrío, puso sus brazos sobre mis hombros y me besó despacio, mientras la gente saltaba alrededor. Fue eterno, fui consciente que aquello no podía seguir subiendo, que aquello mañana sería el mejor recuerdo de mi vida, que a partir de entonces todo tendría que empezar a decaer, que la rutina nos consumiría, que sus besos se convertirían en habituales y no en extraordinarios, que sus escapadas a ninguna parte se volverían frecuentes, pero sorprendentemente lo conseguí apartar de mi. Y de repente, sin darme cuenta, sin pensarlo, lo dije:

-Te quiero Cathy.

Y mientras comenzaba una nueva canción me cogió de las manos, me miró muy despacio y me dijo:

-¿Qué coño estás diciendo Tom? ¿De qué cojones estás hablando?

martes, 17 de marzo de 2009

Heridas

Cada cierto tiempo necesito recobrar el control de mi vida. Es un torrente que nace de dentro, de lo más profundo, es como si trataras de canalizar el océano por un orificio muy pequeño, la presión aumenta, se hace insoportable, empieza saliendo con fuerza por el otro lado del pequeño orificio y acaba destruyéndolo todo, arrastrando los pesados muros que lo confinan. Devastándolo todo.

Mi pequeño orificio es mi boca, podría ser el culo, pero me han dado tantas veces por él en este maldito trabajo que cabe un desfile de las fuerzas armadas, patrulla aérea incluida. Creo que incluso me cabe un océano.

Todo empieza despacio, una mala contestación, un mal gesto, un gruñido. Y todo se va acelerando. Mi imperio de desazón, mi reino de silencios, mi república de esperanzas empiezan a presentar batalla entre ellas. No soy yo. Los impulsos me pueden. Durante tiempo guardo silencio. Y un día alguien arroja un documento encima de la mesa del despacho al grito de “para el lunes” siendo viernes a las 7 de la tarde, alguien, me pita en el semáforo por no haber arrancado un segundo después de que se ponga verde, alguien me dice que no puedo ser como soy al besarla una noche en un bar cualquiera y entonces todo sucede.

Se cae la venda de los ojos, respiro hondo, muy hondo otra vez, y todo comienza a ceder, mis brazos flojean, siento el calor de la sangre subiendo por mi cuello, mi vista se nubla, mis recuerdos estallan. Y entonces lanzo el puto informe contra la pared mientras me voy a casa al grito de: “que lo haga tu puta madre”, y entonces bajo del coche pidiendo una explicación, despacio, tranquilo, sólo mirando fijamente, buscando que me rompan la cara, empezando la autodestrucción, y entonces, esa noche, la sigo besando sabiendo que es la última vez.

Hoy es sábado y no puedo levantarme de la cama, tengo sonando Hurt de Jhonny Cash una vez tras otra, mirando el techo, tengo un golpe tremendo en la cara y en el costado, la luna trasera del coche rota, seis llamadas de mi jefe en el móvil, y otra chica rubia parecida a Cathy que olvidar. No me siento orgulloso de ser así pero es lo que hay.

Ya no recuerdo la última vez que fui feliz.

martes, 10 de marzo de 2009

3 años después (II)

- Yo también te he echado de menos. - Contestó Cathy.

En esos momentos me pareció increíble, inconcebible que un tipo como yo pudiera haber dejado a una chica como aquella. Cathy tenía un problema de formas a la hora de las relaciones sociales, le daba igual estar hablando con el jefe de la diplomacia que con un ratero de tres al cuarto enganchado al caballo, ella siempre decía lo que pensaba, y en eso radicaba su libertad. No se sometía a nada ni a nadie, quizás todo eso era una muestra de inseguridad para los psicoanalistas, para mí era admirable. Estaba claro que todo aquello tenía sus pros y su contras, pero ahí, apoyada en esa barra con su botellín, volviendo a sonreír, ya no recordaba ninguno de esos contras, pero ni uno solo.

Siempre me han fascinado las chicas que al llorar son más atractivas, que la cara no se les deforma en una mueca de mejillas sonrosadas, boca retorcida y ojos hinchados si no que las lágrimas les deslizan por la cara mientras los ojos azules me miran con odio y altanería. Esa imagen me martiriza desde que me fui de su lado. El verla aquí, riendo, mientras me cuenta historias de sus trabajos y de su vida, es surrealista.

Desde que había escrito aquella carta y la había enviado a la misma dirección donde vivíamos juntos, sin muchas esperanzas a decir verdad, los nervios me habían consumido. Fumaba más que nunca, bebía más que nunca, era una bomba de relojería a punto de explotar.

Sandra había dado buena cuenta de ello. Después de casi un año juntos todo se acabó días antes de escribir la carta. Había supuesto la estabilidad en mi vida, hasta que me desperté una mañana y sin querer le dije:

- Cathy, ¿nos vamos a la playa hoy?
- ¿Cómo me has llamado?, ¿cómo me has llamado Tom?

Aquello devastó mi vida. Jamás se la había nombrado. A parte del correspondiente pollo de: "¿Quien coño es Cathy?" y las consiguientes explicaciones con la sorpresa de oír la palabra “coño” en su boca. Supongo que todos tenemos nuestro límite, todos rebosamos, todos. Le expliqué por encima que durante un tiempo viví en Boston, omití que sólo durante aquella época de mi vida me había sentido realmente feliz. Ella no entendió porque nunca le había contado nada, yo tampoco.

Ahora, de repente, y como todo en su vida, Cathy se las había apañado para llegar al sitio donde le había dicho que actuaría aquella noche, a miles de kilómetros de su hogar, en un sitio de donde no conocía ni el idioma.

-“Seragoussa?” ¿Y eso pertenece a este planeta?- Fue lo que me respondió cuando una vez le dije donde había nacido.

Ahora había venido hasta Cádiz, se habría dejado el dinero que no tenía en el vuelo, habría buscado en un mapa de un país lejano la puta ciudad, estaba bebiendo cerveza conmigo sólo porque yo, el tipo más egoísta del mundo, no había podido aguantar los delirios de una borrachera y se había liado a escribir en una carta lo que había callado durante tres largos años, el tipo más despreciable del mundo, aquel que no merecía ni besar la tierra que ella pisaba estaba ahí como un imbécil sintiéndose feliz, inmensamente feliz. Sintiéndose por fin en casa, dándose cuenta que el hogar estaba donde quiera que ella estuviese. Y ella no guardaba rencor, tenía algún tatuaje más y ni un gramo de rencor, si había alguien en este puto planeta que mereciera ser feliz esa era ella y no yo.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Ambientes

Empecé a hablar con Sandra en los cafés. Un día ocupé su mesa en vez de sentarme en la barra y, por increíble que me pareciera en aquellos momentos, el mundo no se replegó sobre si mismo y desapareció al cambiar mi rutina por un día. Es más, cuando ella entró y me vio sentado en su sitio sonrió.

Después del tropezón en la puerta de entrada había tardado tres días en volver a la cafetería, pero estaba dispuesto, estaba preparado y hoy no había vuelta atrás. “Joder que mal estoy de la cabeza” pensaba, “es sólo otra tía, es sólo otra tía”. La verdad es que no había vuelto a salir más de dos días seguidos con nadie desde Cathy. Si no había oportunidad de conocerla, si no descubría sus aficiones, lo que la hacía reír, no había peligro. No daba nada de mí. Sólo una noche, unos baños, un portal, su casa o la mía, pero nada más. No era feliz, pero tampoco lo contrario.

-¿Me puedo sentar?
-Es tu sitio, ¿no? – Dije de manera cortante, “no es tu enemigo, no es tu enemigo” me repetía mentalmente.

Y se sentó.

Tomábamos café todos los días. Yo cambié mi horario para coincidir con ella. Llegaba a y 10 justo como ella. Muchos días incluso coincidíamos en la puerta. Teníamos 20 minutos.
Estuvimos así un par de semanas.

Era simpática, políticamente correcta, muy educada, vamos, que en dos semanas no tenía ni zorra idea de cómo era. Me caía bien, pero por el resto era un puto tempano de hielo. Le gustaba el cine, leer decepcionantes best sellers anunciados a bombo y platillo en todos los medios de comunicación, iba al gimnasio por puro hedonismo, si iba bien para la salud era un daño colateral bienvenido, el resto de su vida trabajaba y trabajaba. Era directora del departamento de compras de una empresa bastante importante cuya sede estaba al lado mismo de la mía. Era el demonio.

-¿Te apetece tomar una copa esta noche?-Le dije.
-Si claro. ¿A dónde iremos?
-Ehhh, estooó, ni idea. ¿Te pasó a buscar a una hora y decidimos?
Igual no llevaba muy bien preparada la táctica pero es que confiaba en una excusa y punto o en un “Vale, de acuerdo” a tal hora y ya está.

-Bueno, pero dime donde vamos a ir, para ir vestida de un modo u otro.
-Y yo qué coño se, joder, a tomar una cerveza, hablar fuera de este encorsetado ambiente, a pegarle fuego al traje y la corbata, a emborracharnos mientras nos reímos, ¿tan difícil es?, joder propón tu también algo.- Pensé, pero claro, no dije ni una palabra de esto, si no que lo cambié por un:
-¿Te apetece cenar? Podemos ir al Escondido y después tú eliges el sitio de las copas.

El Escondido era un restaurante de nueva cocina del cual había oído hablar maravillas en el despacho, lo más seguro que fuera un sitio de moda que serviría una comida escasa y ramplona que si te la presentaran en un bar de carretera la estamparías contra la pared al grito de: “¡Camarera! ¡¿Usted se cree que yo soy gilipollas?! ¡¿Qué mierda es esta!?”, pero claro cómo estás en un sitio superfino y te están soplando 115€ por el cubierto, bebidas aparte, pones cara de haba mientras dices: “Esssstupendo, este plato está esssstupendo”, a ver si vas a ser tu menos sensible a las artes culinarias que los demás. Y ale a tragar como un imbécil.

-Tengo unos compromisos antes. Prefiero quedar directamente para tomar algo.-Dijo Sandra.
Incomprensiblemente lo primero que pensé al oír aquello fue: “Hoy follo”. No acierto a averiguar el razonamiento que me llevó a tal conclusión, pero fue lo primero que pensé.

-Está bien. ¿Prefieres algún sitio en especial?- No estaba dispuesto a asumir que no tenía ni idea de adonde llevar a una chica como ella.
-Si te parece vamos al Malecón, sobre las 11 allí. ¿Te parece bien?- Dijo Sandra
-Muy bien. Por cierto… ¿dónde está?...
Arrugó la frente mientras me miraba y pensaba algo así cómo: “¿De dónde coño han sacado al Neanderthal éste que no sabe dónde está el Malecón?”. Apunté la dirección y quedamos en vernos allí. Otro sitio de moda pensé.

Se acabó el café. Se acabaron los 20 minutos. Recogimos las cosas y volvimos al trabajo. Tenía la sensación que se avecinaba el apocalipsis sobre toda la humanidad y yo era el único que lo sabía.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Hoy

No soy lo que tú piensas, no soy un cobarde, sólo soy yo con mis aciertos y mis grandes fracasos. Soy Tom. Es cierto que con Cathy, llegué a ser algo más, algo que era mucho más que la suma de ambos, aunque suene manido y cargante repetir lo que repite todo el mundo. Quizás entonces amé y el resto es una invención más, pequeños juegos de palabras para darme la razón, para no asustarme. En Boston dejé algo más que recuerdos, abandoné una forma de vida que me hacía feliz. Mi felicidad era sentirme vivo, llevo muerto varios años.

Mi palabra preferida, devastador, es la que tengo que utilizar una y otra vez desde que hace casi un año, y más a menudo últimamente, me dedico a escribir lo que sentí. ¿Por qué lo hago? No lo sé. No sé donde estará Cathy, a Sandra me la encuentro alguna vez y hablamos. Mí rebeldía da pequeños coletazos, quizás no es el momento ahora, quizás no aprendí nada.

A la mierda.

Miento, sé porqué escribo, se como localizar a Cathy. Tengo miedo, luego siento, me ha vuelto a dejar de preocupar mi trabajo, mi vida accesoria que tantas veces he nombrado la estoy relegando a un segundo plano, luego me preocupa algo más importante, luego estoy vivo.

Soy capaz de mentirme a mí mismo. Me conozco, es el primer paso, soy cauto, desconfiado, lo voy a hacer, voy a mandar todo a la mierda… otra vez. Estoy a un paso, escribo para ratificarme, para acordarme de los pros y los contras de lo que viví, para volver y decir: “He vuelto” y que me griten, me golpeen, me insulten, me besen, me amen, en definitiva, que me acepten como soy porque estoy HARTO. Harto de la corrección en las personas que conozco, en los libros que leo, en los políticos que nos mal gobiernan, unos y otros, harto del: “discúlpeme, no lo había visto” y de los “tranquilo no pasa nada” cuando en el fondo sabes que te gustaría decir ” Sí me habías visto imbécil, lo que no te dio la gana de mover un dedo para apartarte”, harto de las empresas de ingeniería, harto de los directores con sus “No es propio de usted”…. Y una mierda pedazo de cabrón, no sabes nada de mí, nada, no sabes de lo que soy capaz, sólo crees que soy otro ingeniero que sólo sabe decir “Si señor director general, como usted mande señor director general” pues te equivocaste, hasta aquí hemos llegado, se acabó, no pienso ceder, no voy a claudicar, Cathy no lo haría, ella te mandaría a la mierda:
-No.
-¿Disculpe? Me parece que no le he entendido.
-Sí, sí me ha entendido Sr. Director General. He dicho NO. NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO. De hecho se me ha olvidado añadir. No… y que le den. No pienso seguir tragando esto. No voy a aguantar esta mierda ni un segundo más. No tengo ninguna obligación, es más, la única obligación la tengo conmigo y seguir aguantándole va en contra de mis principios. Me he dado cuenta tarde, pero más vale tarde que nunca, ¿no? Y tranquilo no se preocupe por mí, no voy a morirme de hambre, al contrario que usted tengo algo más que un título para poder ganarme la vida, tengo dos manos y no pienso utilizarlas para ponerlas en el cuello de aquellos que me rodean y asfixiarlos para poder pagarme con ello el puto Audi Q7. Yo al contrario que usted todavía sigo vivo. Y lo descubro porque estoy harto, harto de usted, harto de los ingenieros, harto de los arquitectos, harto de los artistas de pose, harto de la cortedad de miras que incluso yo padezco por contagio, pero de la que trato de zafarme, harto de los: “¿me quieres?” esperando un “SI”, estoy harto de la televisión, de los best-sellers, de los deportes de masas, harto de los imbéciles que clasifican a la gente en títulos universitarios, estoy harto del que grita en las bibliotecas con un cartel de “silencio” del tamaño de su puta cabeza encima de él, harto de los que se saltan los pasos de cebra con un Porsche Cayanne, harto del sistema, harto de los bancos, harto de la vida que estoy viviendo ,harto, harto, harto de todo cuanto me rodea. Con una intensidad que quema.

No puedo empezar con ganas de cambiarlo todo y acabar resistiendo para que al menos no me cambie a mí, no puedo declararle la guerra al universo, no puedo ir por la calle zarandeando a la gente para despertarlos, quizá porque ya son conscientes y yo me estoy enterando ahora de que todo esto es mentira. MENTIRA. No hay segunda oportunidad, todas las religiones mienten, no hay más, no puedo vivir con la espada de Damocles jugándolo todo a la carta del futuro, esta es mi vida, no existe otra oportunidad, no hay paraíso, ni siquiera infierno, no hay nada, no quiero conformarme, no quiero malgastar mi vida.

Lo siento tenía que gritarlo.

Voy a marcharme, tengo que encontrarla, destruiré todo lo que creé aquí, basado en el terror de ser yo mismo, me marcharé y seré libre. La encontraré y esta vez será la definitiva.