miércoles, 2 de diciembre de 2009

Gente saltando

Cada día 73 km.

Ni uno más, ni uno menos. Cada día. Cada jodido día. Creo que la psicología la podíamos empezar a sustituir por autómatas programables.

Cada día la misma rutina.

Nada más.

Y no tengo derecho a quejarme. Soy un producto afortunado del llamado "primer mundo".

Me estoy dejando vaciar por dentro y lo que sacan lo están sustituyendo por algo duro, áspero, inerme. Lo sustituyen por un piso más grande, dos válvulas más por cilindro, y un nombre en la puerta del despacho.

Sí, sí, sí, me quejo de vicio, lo sé. Cualquier señor Bandini me diría que lo que necesitaba era sentir el frío de una pensión que no sabes si vas a poder pagar, el sentir la sucia realidad. Me diría que me dejara de tonterías y me la jugara, que fuera una persona de verdad no un producto del miedo.

Pero hay algo equivocado en mí, lo sé, algo equivocado para pertenecer a todo esto, algo que ellos también notan, no soy peor que los demás, ¿o sí?, no me importa, lo que siento a veces, en momentos de lucidez, es lo único que me mantiene alerta, lo que me hace despertar, lo que me lleva a escribir, lo que me hace girar en la curva equivocada para hacer esta vez 87 km sólo por ver un camino nuevo y al día siguiente 101 en dirección contraria, sólo por no poder soportar más en lo que me estoy convirtiendo.

Otra columna sin publicar, sin entregar a tiempo.
Jamás acabaré el libro.
No puedo dejar este maldito trabajo.

Y no paro de gritar en voz baja que me ahogo. Que soy más cobarde que los demás, que a ellos no les ocurre nada de esto, porque son felices, porque admiten todo lo que pasa, porque llevan una vida organizada, y dudo, y me hacen dudar.... hasta que escucho como él canta. Y despierto. Y la gente salta. Y entonces pienso que quizás esté más cerca lo que siento de lo que creo. Después salimos nosotros. Y los focos no me dejan ver si hay poca o mucha gente, me da igual, siempre lo hago por mí. Después salimos nosotros. Y entonces me doy cuenta que siento, que estoy vivo. Y todo lo que ellos pretendían, y yo había permitido, se resquebraja una vez más, como cada vez que me permito ser yo mismo otra vez. Y las luces se encienden y me dan igual sus válvulas por cilindro, sus letras doradas en sus puertas, sus casas enormes y vacías, sus promesas, y en ese momento lo decido...

Me voy. Porque necesito mirarla a la cara sin sentir que he traicionado lo que soy.
Porque necesito ser coherente.
Lo hago por mí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario