miércoles, 14 de enero de 2009

Es lo que hay


Photo: Annais Ferreira

Una tarde de primavera el Oldsmobile no arrancó. Ella llegaba tarde al ensayo, así que confió más en que un amigo la pasara a buscar que en mi insistente afirmación de que era capaz de volver a arreglarlo.

Adam vino a recogerla, era un tipo alto, delgado, con un paso firme y decidido, nieto de italianos emigrados a los estados unidos en busca de un poco más de suerte y un poco menos de fascismo y guerra, aún conservaba unos pequeños impulsos de hablar con las manos. Cada vez que le veía hacer algún gesto demasiado vehemente me preguntaba que parte de nosotros está definida desde el principio, él era un buen ejemplo. Salí a saludarlo. Cathy salió al rato de casa con la guitarra, mientras subía al coche no pude evitar mirarle el culo.

- Nos vemos luego.

Tardó tres días en aparecer. Era la primera vez que lo hacía, mejor dicho, era la primera vez que me lo hacía a mí, y no estaba preparado.

Desconozco que es querer, más bien creo que jamás he querido igual, no hay dos veces que sean iguales. Siempre hay grandes gurús que te dicen como querer, como relacionarse, como seguir un protocolo establecido para la perfecta relación en esta sociedad, con la moralidad, cuando no la fe, velando por el bienestar tuyo (suyo), bien, yo debo de ser un inadaptado. El único problema es que si yo soy un inadaptado no sé como definirla a ella más allá de la palabra caos.

Por la noche llamé a Adam, ni idea, la había dejado en el local, llamé uno a uno a todos los del grupo. La misma respuesta siempre: salió del local con la guitarra, no dijo nada más. De eso hacía ya 6 horas. Fui al bar. No estaba. Volví a casa. Estuve despierto, contemplando el teléfono, hasta las 5 la mañana. Al día siguiente llamé a Adam.

- Tenemos que llamar a la policía.
Mi paranoia se había agudizado con el insomnio y no sabía qué hacer.
- Tranquilízate es normal.
- ¿Como coño quieres que sea normal?, lleva desde ayer sin dar señales de vida, le ha tenido que pasar algo, me hubiera llamado.
- Tom, escucha, es normal. La conozco.
- ¿Que mierda quieres decir?¿cómo va a ser normal? ¿qué está ocurriendo?
- Me paso por tu casa y hablamos.

Yo no sabía qué hacer mientras llegaba, así que bebí, y aproveche para escribir, y para beber, y para escribir. La odiaba, me preocupaba, algo me decía que esto no era como yo creía. ¿Cómo creía que era?. ¿Llevaba tres meses viviendo con ella y ya me creía capaz de saber cómo eran las cosas?. ¡Por todos los dioses! sólo follábamos juntos, durante las primeras semanas siempre me surgía la incertidumbre de si marcharme al día siguiente, pero cada día que pasaba era un día más, una sorpresa nueva, nuevas risas, ganas de oírla tocar, ganas de tocarla, y de repente, ahora, había desaparecido. Adam llamó a la puerta, habían pasado dos horas más.

Cathy solía hacerlo. Cuando todo funcionaba. Cuando todo iba bien se largaba.

Adam necesitó 15 segundos para decírmelo, yo 15 horas para asumirlo. Normalmente volvía pasados unos días.

- No trates de entenderlo. Sólo sigue adelante. Ella no se detendrá por ti, nunca lo ha hecho por nadie.

No me dio ninguna explicación más, dijo que sería ella quien me lo contase. Bebimos un rato, pusimos música, no quise presionarle, era un buen tipo, y algo en su mirada me decía que yo era un pobre imbécil y que el también lo había sido. Al cabo de un rato se marchó a la estación de servicio en la que llevaba trabajando las dos últimas semanas y las paredes se me volvieron a caer encima.

Sobrevivía dando clases de español a chicos del centro de Boston, con eso conseguía sacarme un dinero. Cancelé todas las clases y escribí durante dos días seguidos. Tenía un contacto en Madrid que me había publicado unos cuantos relatos en una revista, me había dado cuatro duros pero seguía animándome a enviarle más, lo cual siempre me había resultado sorprendente. Al tercer día envíe todo lo que había vomitado diciéndole que hiciese con ello lo que quisiera desde romperlo a publicarlo.

Cuando abrió la puerta eran las 7 de la tarde, habían pasado 3 días desde que se había largado.

- Hey, ¿qué tal?. Me voy a dormir.

Cruzó el pasillo y desapareció en la habitación. ¿Quién coño se creía que era? Me largo de esta casa, maldita zorra, llevo 3 días sin saber qué hacer, sin saber dónde buscarla, sin saber si aparecerá en una cuneta de la interestatal violada y con un puto tiro en la cabeza y sólo se le ocurre decir un estúpido "hey, ¿qué tal?". No tengo porque soportar esto, me largo, que le den, no mandé todo a la mierda para ahora vivir al antojo de una loca, me largo. Estúpido, soy un estúpido. Maldita zorra.

Entré dando un portazo en la habitación, empecé a recoger toda mi ropa, ella abrió los ojos y me miró entre aburrida y escandalizada.

- Si estás haciendo todo este ruido para que me entere de que te vas no hace falta que sigas. Me doy por enterada.

¿Pero quién coño se creía que era? Estaba agotado, quería decirle que era una autentica cabrona, que al menos podía haberme avisado, que al menos podía fingir que le importaba un poco, y cuando estaba a punto de abrir la boca para resumirlo todo en un "zorra" despectivo me miró fijamente y me dijo:

- Me importas. Tuve que hacerlo. Ya lo entenderás. No te vayas... por favor.
- No puedes hacerme esto Cathy, no puedes.
- Sí que puedo, sé que no debería, pero sí que puedo. No somos iguales Tom. Es lo que hay.

Llevaba una camiseta blanca de tirantes y unos vaqueros, todo se ajustaba a su cuerpo, estaba tumbada boca abajo sobre la cama. Apoyaba su cabeza en las manos y el pelo rubio y liso le caía por un lado de la cara, me miraba con tristeza, como si supiera que hacía daño a todo el que se le acercaba y esta vez me estaba tocando a mí.

- Podemos intentarlo, de verdad, ven aquí.

Lo dijo estirando una mano hacia mí. Si hubiera habido un premio al mayor imbécil del mundo en ese momento lo hubiera ganado sin paliativos. Me daba igual si durante esos tres días se había tirado a medio cuerpo de marines, me daba igual la pequeña voz que susurraba en mi cerebro: "problemas, problemas, problemas", me daban igual las ganas de gritar, las explicaciones por pedir, en ese momento callé y mientras me cogía de la mano me hundí en su caos.

A las tres semanas me llegó un talón de 350$ y un número de teléfono. Me habían publicado. Ella no se había vuelto a ir. Hacía calor. Todo marchaba bien.

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