martes, 31 de marzo de 2009

3 años después (III)

Miré sus botas y su falda corta y temblé como si fuera la primera vez que la veía. Seguía nervioso, apenas acertaba con el inglés y volvía a traducir a su idioma lo que pensaba en el mío. Era un desastre.

-Tres años es mucho tiempo. – Traté de excusarme.
-Sí, es mucho tiempo, pero no el suficiente. –Dijo Cathy mientras pasaba su pelo rubio, y liso como nunca, por detrás de las orejas.

No supe que decir. Después de llevar un rato en la barra nos sentamos en una mesa del fondo, sus botas marrones y desgastadas contrastaban con su vestido de tirantes blanco. Era una cowgirl en el lado incorrecto del océano.

-¿Y bien? –Dijo Cathy, dejando ver que me tocaba mover ficha, dejando claro que se había acabado la conversación superficial en la cual sólo había hablado ella.

Ni en español, ni en inglés, ni por escrito. Me quedé en blanco. Llevaba desde que nací esperando el momento de mi gran frase, de mi gran puesta en escena, del momento en el que es todo o nada, el momento en el que alguien me recordaría por mis acertadas palabras, mil veces escritas en personajes distintos en situaciones idénticas a esta. Y nada. En blanco.

-No he venido a pedirte nada, ninguna explicación, nada, relájate. Siempre pensé que algún día conocería el país de donde venías y creí que ahora tenía la excusa perfecta. Además así he descubierto que escribes mejor que cantas… o más te vale, porque si no te morirás de hambre. – Dijo mientras sonreía y me golpeaba el hombro.

Sus esfuerzos eran admirables y yo seguía sin arrancar.

-No creo que lo haga mejor. Además, esto es puntual, tampoco me gano la vida escribiendo, vuelvo a trabajar en… ¡bah!, es igual. Esto es sólo en mi tiempo libre.

Me miró con una mueca de desprecio.

-¿Tu tiempo libre? No me vengas con esa mierda otra vez. No me jodas, pensé que... ¿Quieres decirme que vuelves a ser feliz sólo a tiempo parcial? Anda ya ¡joder! Te conozco maldita sea. ¡Bah!, eres imbécil, no tienes remedio.
-Ni siquiera a tiempo parcial Cathy. –Fue lo único que acerté a decir.

Silencio. Eterno. Impotencia. ¿10 segundos? ¿10 horas?

-¿Porque me escribiste? –Dijo Cathy de repente.

La miré, era la segunda vez en mi vida que la veía llorar, las dos consecutivas, pero esta vez lloraba de manera distinta. Esta vez no había odio, temblaba, y la vi vulnerable, algo que nunca había imaginado en ella.

-¿No pensaste que a lo mejor no quería volver a saber nada de ti? ¿Qué a lo mejor era feliz así? –Me preguntó mientras bajaba la cabeza y el pelo le caía por la cara para ocultar sus lágrimas, para ocultarse en la oscuridad del bar, para desaparecer, para que se la tragara la tierra.

Y entonces sucedió, a la vez que suspiré para empezar a decir cualquier tontería la canción que sonaba en el bar acabó, silencio, un segundo, dos...



No podía evitar pensar en ella cuando la oía. Y entonces por fin hablé, sin pensar en las consecuencias, dejándome llevar, volviendo a recordar nuestras noches de borrachera en Boston, el sexo, nuestras peleas, a ella tocando con The Lavalands, el ayudarla a cerrar el bar, el no llegar a fin de mes y darnos igual…

-¿Y lo eras? Dime que no, porque yo no he vuelto a serlo. Dime que no te daba igual que fuera otro y no yo el que condujera sin rumbo en los viajes a ninguna parte, porque yo no he podido volver a poner a nadie en el asiento de al lado sin poder acordarme de ti. Me fui porque creí que controlabas mi vida, que vivía al antojo de tus caprichos, porque yo no tenía las riendas y eso me asustaba. Me fui porque soy un cobarde y no podía permitirme el lujo de ser feliz, de llevar una vida distinta a la que habían planeado para mí, de dejarme llevar. Encontré algo mejor contigo y he necesitado tres años para darme cuenta de que…

-Eres imbécil Tom. Era hoy cuando sólo tenías que haber dicho que me querías, hoy, y no aquella vez…

…..

“Tiembla como si fuera la primera vez, como si fueras a largarte después y no quisieras. Reina en las ciudades sin nombre, en autopistas hambrientas mantiene en vilo el dolor…”

martes, 24 de marzo de 2009

Monstruos

Es la certeza de que todo lo que malgasto hoy algún día lo pagaré. Es saber que la felicidad no puede durar y que necesito ser infeliz para escribir. Que ella me haga feliz y que el miedo a perderla empiece a germinar en mí es todo uno. Y mientras pienso esto y ella medio dormida en el sofá, con su cabeza en mi regazo, dice:

-Siento como si hubiera un monstruo en la cocina.

Nadie podría ser más brillante expresando sensaciones. Mi admiración me hace sentirla irreal, pero es que es magnífica en sus apreciaciones. "Yo también tengo miedo", pienso, pero de momento lo puedo controlar.

-El próximo viernes toca el grupo de Bill. ¿Vendrás?- Pregunta Cathy mientras se estira como un gato y el top negro de tirantes se vuelve más corto todavía.
-No me lo perdería por nada del mundo.

Lo complicado de saber que estás viviendo momentos irrepetibles y ser consciente de ello es que estás tan aturdido que apenas disfrutas.

Llegó el viernes y ella me esperaba en el bar, trabajaba allí por las noches, pero hoy estaría al lado correcto de la barra. Sólo escuchando, riendo y bebiendo. Nada de trabajar. Esta noche lo merecía.

Una vez en el bar tomé consciencia de todo y me sentí orgulloso, por una vez y sin que sirviera de precedente. Allí estaba yo, viviendo, sintiendo, haciendo lo que cualquier otro mortal pero que yo me había negado durante tanto tiempo.

Y entonces empezó, sentir los golpes de la batería en el pecho es único, vibrar con cada nota, saltar, reír. Seríamos 300 pero me sentía parte de aquello, por primera vez me sentía parte de algo más que no fuera pertenecer a ese oscuro pasajero que a veces habita mi cerebro. Era parte de Boston.

La miré, y ella me miró. “Torch Singer” sonaba de fondo, mal presagio, pero ella sonrío, puso sus brazos sobre mis hombros y me besó despacio, mientras la gente saltaba alrededor. Fue eterno, fui consciente que aquello no podía seguir subiendo, que aquello mañana sería el mejor recuerdo de mi vida, que a partir de entonces todo tendría que empezar a decaer, que la rutina nos consumiría, que sus besos se convertirían en habituales y no en extraordinarios, que sus escapadas a ninguna parte se volverían frecuentes, pero sorprendentemente lo conseguí apartar de mi. Y de repente, sin darme cuenta, sin pensarlo, lo dije:

-Te quiero Cathy.

Y mientras comenzaba una nueva canción me cogió de las manos, me miró muy despacio y me dijo:

-¿Qué coño estás diciendo Tom? ¿De qué cojones estás hablando?

martes, 17 de marzo de 2009

Heridas

Cada cierto tiempo necesito recobrar el control de mi vida. Es un torrente que nace de dentro, de lo más profundo, es como si trataras de canalizar el océano por un orificio muy pequeño, la presión aumenta, se hace insoportable, empieza saliendo con fuerza por el otro lado del pequeño orificio y acaba destruyéndolo todo, arrastrando los pesados muros que lo confinan. Devastándolo todo.

Mi pequeño orificio es mi boca, podría ser el culo, pero me han dado tantas veces por él en este maldito trabajo que cabe un desfile de las fuerzas armadas, patrulla aérea incluida. Creo que incluso me cabe un océano.

Todo empieza despacio, una mala contestación, un mal gesto, un gruñido. Y todo se va acelerando. Mi imperio de desazón, mi reino de silencios, mi república de esperanzas empiezan a presentar batalla entre ellas. No soy yo. Los impulsos me pueden. Durante tiempo guardo silencio. Y un día alguien arroja un documento encima de la mesa del despacho al grito de “para el lunes” siendo viernes a las 7 de la tarde, alguien, me pita en el semáforo por no haber arrancado un segundo después de que se ponga verde, alguien me dice que no puedo ser como soy al besarla una noche en un bar cualquiera y entonces todo sucede.

Se cae la venda de los ojos, respiro hondo, muy hondo otra vez, y todo comienza a ceder, mis brazos flojean, siento el calor de la sangre subiendo por mi cuello, mi vista se nubla, mis recuerdos estallan. Y entonces lanzo el puto informe contra la pared mientras me voy a casa al grito de: “que lo haga tu puta madre”, y entonces bajo del coche pidiendo una explicación, despacio, tranquilo, sólo mirando fijamente, buscando que me rompan la cara, empezando la autodestrucción, y entonces, esa noche, la sigo besando sabiendo que es la última vez.

Hoy es sábado y no puedo levantarme de la cama, tengo sonando Hurt de Jhonny Cash una vez tras otra, mirando el techo, tengo un golpe tremendo en la cara y en el costado, la luna trasera del coche rota, seis llamadas de mi jefe en el móvil, y otra chica rubia parecida a Cathy que olvidar. No me siento orgulloso de ser así pero es lo que hay.

Ya no recuerdo la última vez que fui feliz.

martes, 10 de marzo de 2009

3 años después (II)

- Yo también te he echado de menos. - Contestó Cathy.

En esos momentos me pareció increíble, inconcebible que un tipo como yo pudiera haber dejado a una chica como aquella. Cathy tenía un problema de formas a la hora de las relaciones sociales, le daba igual estar hablando con el jefe de la diplomacia que con un ratero de tres al cuarto enganchado al caballo, ella siempre decía lo que pensaba, y en eso radicaba su libertad. No se sometía a nada ni a nadie, quizás todo eso era una muestra de inseguridad para los psicoanalistas, para mí era admirable. Estaba claro que todo aquello tenía sus pros y su contras, pero ahí, apoyada en esa barra con su botellín, volviendo a sonreír, ya no recordaba ninguno de esos contras, pero ni uno solo.

Siempre me han fascinado las chicas que al llorar son más atractivas, que la cara no se les deforma en una mueca de mejillas sonrosadas, boca retorcida y ojos hinchados si no que las lágrimas les deslizan por la cara mientras los ojos azules me miran con odio y altanería. Esa imagen me martiriza desde que me fui de su lado. El verla aquí, riendo, mientras me cuenta historias de sus trabajos y de su vida, es surrealista.

Desde que había escrito aquella carta y la había enviado a la misma dirección donde vivíamos juntos, sin muchas esperanzas a decir verdad, los nervios me habían consumido. Fumaba más que nunca, bebía más que nunca, era una bomba de relojería a punto de explotar.

Sandra había dado buena cuenta de ello. Después de casi un año juntos todo se acabó días antes de escribir la carta. Había supuesto la estabilidad en mi vida, hasta que me desperté una mañana y sin querer le dije:

- Cathy, ¿nos vamos a la playa hoy?
- ¿Cómo me has llamado?, ¿cómo me has llamado Tom?

Aquello devastó mi vida. Jamás se la había nombrado. A parte del correspondiente pollo de: "¿Quien coño es Cathy?" y las consiguientes explicaciones con la sorpresa de oír la palabra “coño” en su boca. Supongo que todos tenemos nuestro límite, todos rebosamos, todos. Le expliqué por encima que durante un tiempo viví en Boston, omití que sólo durante aquella época de mi vida me había sentido realmente feliz. Ella no entendió porque nunca le había contado nada, yo tampoco.

Ahora, de repente, y como todo en su vida, Cathy se las había apañado para llegar al sitio donde le había dicho que actuaría aquella noche, a miles de kilómetros de su hogar, en un sitio de donde no conocía ni el idioma.

-“Seragoussa?” ¿Y eso pertenece a este planeta?- Fue lo que me respondió cuando una vez le dije donde había nacido.

Ahora había venido hasta Cádiz, se habría dejado el dinero que no tenía en el vuelo, habría buscado en un mapa de un país lejano la puta ciudad, estaba bebiendo cerveza conmigo sólo porque yo, el tipo más egoísta del mundo, no había podido aguantar los delirios de una borrachera y se había liado a escribir en una carta lo que había callado durante tres largos años, el tipo más despreciable del mundo, aquel que no merecía ni besar la tierra que ella pisaba estaba ahí como un imbécil sintiéndose feliz, inmensamente feliz. Sintiéndose por fin en casa, dándose cuenta que el hogar estaba donde quiera que ella estuviese. Y ella no guardaba rencor, tenía algún tatuaje más y ni un gramo de rencor, si había alguien en este puto planeta que mereciera ser feliz esa era ella y no yo.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Ambientes

Empecé a hablar con Sandra en los cafés. Un día ocupé su mesa en vez de sentarme en la barra y, por increíble que me pareciera en aquellos momentos, el mundo no se replegó sobre si mismo y desapareció al cambiar mi rutina por un día. Es más, cuando ella entró y me vio sentado en su sitio sonrió.

Después del tropezón en la puerta de entrada había tardado tres días en volver a la cafetería, pero estaba dispuesto, estaba preparado y hoy no había vuelta atrás. “Joder que mal estoy de la cabeza” pensaba, “es sólo otra tía, es sólo otra tía”. La verdad es que no había vuelto a salir más de dos días seguidos con nadie desde Cathy. Si no había oportunidad de conocerla, si no descubría sus aficiones, lo que la hacía reír, no había peligro. No daba nada de mí. Sólo una noche, unos baños, un portal, su casa o la mía, pero nada más. No era feliz, pero tampoco lo contrario.

-¿Me puedo sentar?
-Es tu sitio, ¿no? – Dije de manera cortante, “no es tu enemigo, no es tu enemigo” me repetía mentalmente.

Y se sentó.

Tomábamos café todos los días. Yo cambié mi horario para coincidir con ella. Llegaba a y 10 justo como ella. Muchos días incluso coincidíamos en la puerta. Teníamos 20 minutos.
Estuvimos así un par de semanas.

Era simpática, políticamente correcta, muy educada, vamos, que en dos semanas no tenía ni zorra idea de cómo era. Me caía bien, pero por el resto era un puto tempano de hielo. Le gustaba el cine, leer decepcionantes best sellers anunciados a bombo y platillo en todos los medios de comunicación, iba al gimnasio por puro hedonismo, si iba bien para la salud era un daño colateral bienvenido, el resto de su vida trabajaba y trabajaba. Era directora del departamento de compras de una empresa bastante importante cuya sede estaba al lado mismo de la mía. Era el demonio.

-¿Te apetece tomar una copa esta noche?-Le dije.
-Si claro. ¿A dónde iremos?
-Ehhh, estooó, ni idea. ¿Te pasó a buscar a una hora y decidimos?
Igual no llevaba muy bien preparada la táctica pero es que confiaba en una excusa y punto o en un “Vale, de acuerdo” a tal hora y ya está.

-Bueno, pero dime donde vamos a ir, para ir vestida de un modo u otro.
-Y yo qué coño se, joder, a tomar una cerveza, hablar fuera de este encorsetado ambiente, a pegarle fuego al traje y la corbata, a emborracharnos mientras nos reímos, ¿tan difícil es?, joder propón tu también algo.- Pensé, pero claro, no dije ni una palabra de esto, si no que lo cambié por un:
-¿Te apetece cenar? Podemos ir al Escondido y después tú eliges el sitio de las copas.

El Escondido era un restaurante de nueva cocina del cual había oído hablar maravillas en el despacho, lo más seguro que fuera un sitio de moda que serviría una comida escasa y ramplona que si te la presentaran en un bar de carretera la estamparías contra la pared al grito de: “¡Camarera! ¡¿Usted se cree que yo soy gilipollas?! ¡¿Qué mierda es esta!?”, pero claro cómo estás en un sitio superfino y te están soplando 115€ por el cubierto, bebidas aparte, pones cara de haba mientras dices: “Esssstupendo, este plato está esssstupendo”, a ver si vas a ser tu menos sensible a las artes culinarias que los demás. Y ale a tragar como un imbécil.

-Tengo unos compromisos antes. Prefiero quedar directamente para tomar algo.-Dijo Sandra.
Incomprensiblemente lo primero que pensé al oír aquello fue: “Hoy follo”. No acierto a averiguar el razonamiento que me llevó a tal conclusión, pero fue lo primero que pensé.

-Está bien. ¿Prefieres algún sitio en especial?- No estaba dispuesto a asumir que no tenía ni idea de adonde llevar a una chica como ella.
-Si te parece vamos al Malecón, sobre las 11 allí. ¿Te parece bien?- Dijo Sandra
-Muy bien. Por cierto… ¿dónde está?...
Arrugó la frente mientras me miraba y pensaba algo así cómo: “¿De dónde coño han sacado al Neanderthal éste que no sabe dónde está el Malecón?”. Apunté la dirección y quedamos en vernos allí. Otro sitio de moda pensé.

Se acabó el café. Se acabaron los 20 minutos. Recogimos las cosas y volvimos al trabajo. Tenía la sensación que se avecinaba el apocalipsis sobre toda la humanidad y yo era el único que lo sabía.