martes, 30 de junio de 2009

Creo que es demasiado tarde

-Deberías parar. No quiero meterme en tu vida pero… ¡Qué demonios! Si que quiero, ¡que pasa! no puedes seguir así, te estás matando, no puedes seguir envenenándote así.

Daba igual lo que dijera, ella siempre me miraba de manera despectiva y cansada. Pero cuando tenía fuerzas me acobardaba. Hoy era uno de esos días.

-¡Me importa una mierda Tom! ¡Todo me importa una mierda! ¿Por qué volviste? ¡Joder! ¿Por qué? Podías haberte quedado en tu Europa de fantasía, rodeado de tus amigas universitarias que sólo saben hablar de lo importantes que son en su trabajo, naufragando en tus divagaciones estériles, revolcándote en tu impotencia por convertirte en escritor, viviendo tu mundo de mierda completamente virgen, porque… ¿sabes una cosa?... no has vivido, no sabes quién eres ni hasta donde puedes llegar, no escribes porque no tienes nada sobre que escribir, no hay nada intenso que contar, mentiras, todo mentiras. Todo esto te viene grande, muy grande Tom. ¿Qué vas a hacer? ¿Vas a volver a dar clases para follarme por las noches en busca de inspiración? ¿Soy yo tu inspiración? ¡Eh! Tom, ¡contesta!, ¿soy yo tu inspiración ahora? ¡Maldita sea Tom contesta!

En ese momento se remangaba y me mostraba el brazo completamente picado, en busca de la vena una y mil veces. No podía evitar sentir asco al mirar su brazo, y ella se daba cuenta, no podía evitar imaginármela sentada en un puto baño infecto, con su dosis de heroína, buscando un momento de placer. La seguía queriendo, de eso no había duda. Había descubierto que la quería todavía más, en medio de aquel infierno de reproches, en medio de cualquier infierno, no estaba dispuesto a dar marcha atrás. Ahora o nunca. Vivos o muertos.

-Me rendí Tom. Te estuve esperando mucho tiempo. Perdí la cuenta.-El tono de su voz se apagaba.-Me sentí sola por primera vez en mi vida. Me sentí abandonada, traicionada, humillada. No encontraba placer en tirarme a todos los tíos que pudiera encontrar al otro lado de la barra y juro por dios que lo intenté. Al menos así me siento bien, nada me afecta. Volví a encontrar el placer. Puedo dejarlo, ¿sabes?, pero no me da la puta gana, estoy bien, me encuentro bien…

Llevaba un mes allí, era el enero más frío que había vivido nunca. Estaba en un pueblo perdido del norte de estados unidos. Tenía la firme convicción de que a nadie le importaba saber si estábamos vivos o muertos, podía tragarnos la tierra, desaparecer, y nadie nos buscaría. Empecé a fantasear con ello. Por primera vez veía la muerte como a la vecina de al lado, cerca, casi en tu jardín, acechando, la veía en las esquinas, al quitar la nieve de la puerta por las mañanas, la sorprendía mirándome a través de los productos del supermercado. Llevaba un mes allí y no había conseguido escribir ni una sola página. Había llorado más veces que en toda mi vida junta, lloraba por que la veía deshacerse, hundirse, vomitar en el baño tras una mala subida y porque no decirlo, lloraba por mí, por esa voz que me repetía sin cesar:

“Un año, sólo un año… si hubieras vuelto un año antes serías feliz. Toda tu vida sería distinta. Perdiste Tom, perdiste. Tarde, demasiado tarde Tom. Mírala… y tú eres el único responsable. Feliz cumpleaños.”

martes, 23 de junio de 2009

Del amor y la guerra (I)

Hoy estamos en guerra. Cambiemos nuestras ropas de civiles felices por el disfraz del miedo. Justifiquemos sus desmanes en aras de nuestra seguridad, tuvimos miedo, tenemos miedo. Pongamos cámaras en cada esquina, invadamos países lejanos, démosles todo el poder hasta que se olviden de nosotros, hasta que piensen por nosotros, hasta que decidan por nosotros, hasta que nos digan que leer, como amar, que decir, como pensar, a que dios rezar. Necesitamos a Guy Fawkes.

Y sin embargo nada cambia para Sandra y para mí. Todo nos da igual. Seguimos la misma rutina, seguimos comprando muebles de diseño sueco, tenemos más y más dinero. Nos miramos a los ojos y cada vez encontramos menos de nosotros. Ella no lo entiende, voy a salir a la calle, si estoy solo me llamaran loco, si somos muchos lo llamaran revolución. Aún nos queda tiempo. A nadie le importa ya si estamos vivos o muertos. Algo hay que hacer….

“Cambiemos de azul. Tal vez de ciudad. Mejor de trabajo.”

¡Sígueme! Sandra ¡Vamos! ¡Sígueme! Esta vez va en serio. Voy a volver a hacerlo, no voy a permitir que me roben el tiempo.

martes, 16 de junio de 2009

No nos lo perdonarán (y V)

No se encontraba muy bien. Supongo que la había sometido a mucha presión. Aparecer allí sin avisar, sin encomendarme a nadie, me resultaba ahora egoísta, desconsiderado, de un perfecto cabrón. Había calculado todo al milímetro, mis palabras, la llegada, las miradas, pretendía que fuera perfecto, el regreso del hijo pródigo. Pretendía que fuera definitivo, las cartas boca arriba, abran juego señores, es la última partida, la última oportunidad y lo aposté todo, si tienes poco tu única esperanza es hacer saltar la banca, no quieres un poco más, lo quieres todo.

Entró en la cocina, oí voces, hablaba con el encargado. La gente seguía mirándome, pero ya no me importaba, mi cerebro establecía por su cuenta pensamientos y posibles acciones para salir indemne de esta, nada estaba saliendo como esperaba, estaba volviendo a repetir los errores de siempre, el problema no era el lugar, el problema no era ella, ni siquiera era lo que yo sentía, el problema era yo. Apenas fueron 15 minutos, me parecieron siglos.

-Vámonos Tom-Dijo Cathy con voz cansada, como si fuera una escena mil veces repetida, como tu canción preferida mil veces seguidas.

Salió ya cambiada, unos pantalones de pana negra, un forro polar, un anorak en el brazo y un gorro de lana blanco dejando escapar su enmarañado pelo rubio por debajo y entonces recordé, recordé la primera vez que la vi en el bar, hacía ya mucho años, con su ridículo gorro de papa Noel y medio borracha. Nunca he odiado a nadie tanto como me odie a mi mismo en ese mismo momento, me odié por hacer tan complicado algo tan sencillo, la quería y eso tenía que haber sido suficiente, la quería por encima de las infidelidades, de los gritos, de sus huidas, de nuestros sueños enfrentados, de todo lo que dejamos detenido durante años.

Justo mientras le sujetaba la puerta me volví y vi que el que debía ser el encargado me miraba con cara desaprobación desde la puerta oscilante de la cocina, amenazante, peligroso, un tipo rudo, gordo, grasiento, con un tatuaje que le sobresalía por el brazo de su ajustada camiseta negra, mascaba chicle y movía su perilla roja al compás de las sienes de su cráneo pelado. “Si le haces daño te mataré” juro que oí sus pensamientos. Le miré fijamente, digno y desafiante me di la vuelta decidido, pisé una placa de hielo y casi me caigo si no hubiera sido porque todavía estaba agarrado al tirador de la puerta. Las risas se oyeron en España.

Cathy esperaba en la puerta del todoterreno mirándome con cara de mala hostia.

-¿Abres la puta puerta o qué? Joder que manía con cerrar el puto coche. Déjalo abierto como todo el mundo joder.
-¡Voy joder!, ¡voy!-No llevaba media hora allí y ya el odio empezaba a compensar al amor, o lo que fuera…

Le di al mando y muy despacio me acerqué al coche. Dos resbalones no tendrían perdón.

-¿Pero tú no vienes en coche hasta aquí?- Le pregunté una vez dentro.
-Matt pasa a recogerme por las mañanas y me lleva por las noches- Contestó Cathy.

Primer pensamiento: No pasan la noche juntos. Joder, no tengo remedio…

Conduje hasta el inhóspito pueblo que había pasado en el camino de ida justo antes del desvío. Me guió por las calles. Yo la miraba de reojo. Todo era irreal.

-Estás muy pálida. ¿Te encuentras bien? -Le dije tratando de empezar una conversación.
-Vete a la mierda. –Contestó ella.

Mensaje recibido. No hay ganas de hablar.

Llegamos a su casa-piso. Apenas algo más grande que el todoterreno. Aparqué en la puerta, bajamos del coche y cuando íbamos a entrar cerré con el mando a distancia las puertas. Ella me fulminó con la mirada.

Todo estaba desordenado, frío, casi sucio. Me abstuve de hacer ningún comentario.

-Voy a darme una ducha.-Dijo Cathy mientras empezaba a desvestirse.
- Tómate el tiempo que necesites.

Cuando salió de la habitación con la toalla. Vi las marcas inconfundibles en su brazo.

¿Hasta dónde habías bajado Cathy? ¿Dónde te encontrabas ahora? ¿Dónde iremos a parar? ¿Dónde estuve para evitarlo? Maldita sea. Pasados los años me di cuenta que no me lo perdonaría nunca.

martes, 9 de junio de 2009

Otra vez a casa

Nadie entendía mucho. Era uno de los deportes europeos.

-Pero a eso sólo se juega en el parque, no es un deporte serio, ¿no?. –Decían tratando de joderme.

“Esta vez no pasamos ni de primera ronda. Nunca ganaremos el mundial.” No entienden tanta decepción, y me preguntan alrededor de cuatro cervezas porqué digo eso.

A Adam le gusta la historia, es mecánico en una gasolinera, nunca pudo ir a la universidad. Pero lee, mucho y bien. Es uno de los tipos más inteligentes y honrados que he conocido. Si la responsabilidad para gobernar el mundo se diera por inteligencia y honradez en vez de por títulos y masters pagados a tocateja el mundo cambiaría. A Adam le resultan curiosas cosas que los demás no se paran a pensar. Años después cuando volviera a Boston, cenando en su casa, en una larga conversación me lo demostraría: ¿Por qué debemos de renunciar a nuestras libertades por vivir en guerra contra el terror? ¿Por qué la gente vota a un imbécil que dice “War is my life´s choice”? Un año después un hermano suyo moriría en Irak. Entre otras cosas también le parece increíble que cuando se jode el coche se lo lleve a arreglar.

-No te creas ni media palabra de este tipo Cathy. ¿Es ingeniero y necesita que yo le arregle el coche? ¿No tiene manos? –Suele decirle a Cathy, y todos se ríen, yo encojo los hombros.
- ¡Bah Tom! ¿Sois todos los españoles tan gilipollas como tú? –Risas y más risas.
-No. –Contesto. –A mí me echaron de allí por gilipollas. En el fondo, esa frase tiene parte de verdad.

Me voy a la barra y pido una cerveza, Adam viene conmigo.

-No he leído nada de tu país. Explícamelo en una cerveza… pero no te pongas pesadito. –Me dice mientras me da una palmada en la espalda y se ríe.
-Me sobra medio botellín Adam.

Somos los eternos perdedores, los que lo tuvimos todo menos los gobernantes adecuados. Los que cuando no tenemos a quien joder nos dedicamos a jodernos entre nosotros. Es difícil tratar de explicar de dónde vengo. Le explico que una vez estuvimos en guerra con ellos por una excusa mal montada, que una vez dominamos el mundo al grito de Santiago en distintas lenguas, distintas lenguas luchando por lo mismo. Que años después, cuando la iglesia, los reyes y la clase política nos habían esquilmado hasta de nuestros sueños, fuimos capaces de echarnos al monte para derrotar al ejército más poderoso de la época a punta de navaja y devolverle el poder a aquellos que nos habían llevado al desastre. Un pueblo inculto, rudo, brutal pero honesto. Honor, honor, honor. Que un siglo y pico después, cuando todo se había ido al garete, aun teníamos energías para fusilarnos y matarnos con saña entre nosotros. Y aquí estamos, todo sigue igual, la misma iglesia, los mismos reyes, la misma clase política, volviendo a ser eliminados en la eurocopa, en el mundial… Fin.

-Un día con más tiempo. Suena interesante. –Dice Adam, mientras me mira de reojo, sin saber si creerse el resumen o si le estoy tomando el pelo.
-Claro. Cuando quieras.

Cathy me besa al llegar a la mesa. A ella también le encanta oírme contar historias. El buen tiempo hace todo más luminoso. Me han publicado una serie de columnas, esta vez aquí, la cosa no va mal. 850$.
Cathy hace las correcciones a mi inglés imperfecto sentada en el porche del garaje. Adoro esta vida. Yo escribo, ella toca en su banda. También doy clases de español y ella trabaja de camarera cuando el dinero no llega con lo otro, pero todo va bien.

-¡Soy el gran Arturo Bandini! ¡Soy el gran Arturo Bandini! –Suelo gritar cuando recibo un talón y ella se ríe y salta sobre mí. Con eso pasamos otro mes sin apuros. La siento en la mesa del comedor, me mira a los ojos mientras me besa. Me gusta su mirada en plan: “Soy la más zorra del mundo y no sé si tengo suficiente contigo”. La clava. Acabamos follando allí mismo, mejor que nunca…al menos para mí.

Estoy viviendo. Estoy vivo. Me siento vivo 16 horas al día, el resto duermo. Antes era al revés. Era un sonámbulo 16 horas al día, el resto soñaba con huir.

martes, 2 de junio de 2009

No nos lo perdonarán (IV)

Apenas advirtió el enorme todoterreno negro que estaba en la puerta de la cafetería del motel. Estaba más delgada, desmejorada, llevaba el pelo más largo de lo que solía ser habitual. Me dieron ganas de bajar a ayudarla a tirar esa enorme bolsa al contenedor. Llevaba ya 15 minutos en el coche, me había dado 20 minutos para aclarar las ideas y no entrar como un elefante en una cacharrería.

Tenía todo preparado, todo previsto, mi frase genial aguardando. Olvidé todo una vez que la vi con ese vestido azul y el delantal blanco, camuflada entre la nieve de la acera. Observé sus pies, calzados con unos zapatos como los que había visto a algunas enfermeras, zapatos para personas que pasan mucho tiempo de pie. Las rodadas de hielo, marrón por el barro, cubrían el espacio desde la puerta del motel hasta el contenedor. Apenas 15 metros. Se me hicieron eternos. No podía evitar pensar en el frío y sus pies mojados. No sin esfuerzo tiró la bolsa al contenedor y volvió a entrar a la cafetería.

-Adelante Tom. Vamos. Sin pensar. -Me repetía para mis adentros.

Había tres furgonetas más en la explanada, todas pickup, todas con diversas herramientas en la parte trasera. Supuse que apenas habría más de 7 u 8 personas dentro. De todos modos eran demasiadas para una escena en plan reencuentro, ¿pero qué mierda de escena?, estaba empezando a desvariar, tenía que entrar ya o me iba a volver loco. 35 minutos.

Bajé. Al contrario que el resto de la gente de por allí cerré el coche. Fui hacia la puerta pisando el puto hielo marrón. Allí estaba ella, detrás de la barra, con cara de cansancio, mirando hacia lo que debía de ser el fregadero terminando de aclarar lo que serían uno vasos, el pelo recogido apenas le alcanzaba para hacerse una coleta, me acerqué hasta estar delante. Sin levantar la vista me preguntó:

-¿Que es lo que desea?
-A ti, pero me parece que es mucho pedir. -Ya lo he dicho en anteriores veces pero me parece bien repetirlo ahora, suelo joder todos los momentos con frases altisonantes, desmesuradas, incluso, a veces, fuera de contexto. No podía defraudarme. Digno del gran Bandini.

Entonces me miró. Se soltó la coleta, se apoyó en el fregadero con las dos manos, bajó la cabeza y respiró hondo. Se quitó el delantal. Volvió a mirarme.

Estaba más mayor. Habían pasado casi dos años y medio desde que habíamos estado juntos en Cádiz. La recordaba con la piel tostada, brillante, el pelo rubísimo por el sol, con un bikini blanco y riéndose sentada en una toalla mientras bebía una lata de cerveza. Esos dos años y medio parecían diez en ella.

-Me dijiste que vendrías en unos meses Tom. ¡Joder Tom! ¡en unos meses!, ¡maldita sea! Han pasado tres años otra vez. Tres putos años otra vez Tom sin saber nada de ti.

Mi cerebro quería apuntar que exactamente habían pasado dos años y cuatro meses. Pero entendí que no era el momento de ser puntilloso con el calendario. A esas alturas las veintitantas personas que estaban en la cafetería nos miraban si ningún tipo de disimulo. Y yo, nervioso por el recibimiento no podía evitar pensar tonterías:

-¿Pero de donde coño ha salido tanta gente? ¡Joder! si sólo había tres putas furgonetas fuera. Céntrate Tom, concéntrate en lo importante. -Pensaba para mis adentros, pero mi cerebro se había puesto ya a la defensiva.

-Me rendí, ¿sabes?, me rendí, Tom. Pensé que ya no vendrías.-Me dijo, ya sin ira, sólo cansada.
-¿Y la caja en casa de Adam? La dejaste para mi, sabías que vendría.–Dije agarrándome a esa esperanza como antes lo hacía a su sonrisa.
-Siento como si eso hubiese sido hace siglos Tom, hace siglos.