martes, 26 de mayo de 2009

Uno de los buenos

Una mañana, una cualquiera, sólo en mi cama. Nadie al lado otra vez. Siempre me duermo con la esperanza de que ella esté al despertar. Que se haya arrastrado entre las sombras hasta aquí, ¿desde dónde?, no lo sé. Hace ya una semana que se fue, otra vez. No meto a nadie en su cama, nadie extraño, es lo único que respeto. Me valen camas ajenas.

La misma resaca de siempre y las mismas ganas de verano. Ayer no fueron ni 5 las páginas que se salvaron de la papelera. Greenpeace acabará denunciándome.

Es siempre amor sobre lo que trato de escribir, siempre intento explicar que es solo una opción, una elección de lo correcto, pero siempre acabo odiando cuanto escribo y cuando escribo. Y ella siempre me recuerda que soy uno de los buenos en esta estúpida obra de teatro que algunos llaman vida.

-Tú eres buena persona. Tú eres uno de los buenos.-Dice mientras se ríe.

Ella se sabe una de las malas. No estoy tan seguro. A veces no siento, a veces me creo capaz de todo porque nada me afecta, insensible, cansado, estoy por encima del bien y del mal, podría ser el ángel exterminador de sentimientos.

Siempre trato de escribir sobre amor y acabo odiando a algo o a alguien en las líneas que escribo.

Me estoy quedando duro por dentro, no distingo el sexo del amor, la política de la corrupción, la gente del bullicio, lo correcto de lo incorrecto, todo es una masa inerme.

Diez de la mañana, recuerdo mi trabajo en España, no quiero volver. Aun así prefiero esto. Pongo música mientras me ducho.



Pienso en voz alta: ¿Es esta vida mejor?
Mejor, peor, igual. Todo me cansa. El sentir, el no sentir, todo. Salgo de la ducha.

La puerta del dormitorio está cerrada. No la dejé así. Con la toalla en la cintura la abro. Allí está, agachada deshaciendo la mochila, gira su cabeza y me mira.

-Hey! ¡Me he hecho un tatuaje! ¡Mira!
-¿Has necesitado seis días para hacertelo? –Tratando de no contener el sarcasmo.
-¡No me jodas Tom!... (piensa)…..¡Vamos al Frog Pond! –Dice mientras una mueca de felicidad le cruza la cara, no tiene lógica ninguna, se dedica a vivir, a ser feliz.
-Vamos Cathy, vamos. –Digo cansado.

Quizás sea uno de los buenos… y si no uno de los más gilipollas.

martes, 19 de mayo de 2009

No nos lo perdonarán (III)

Conduje durante horas. Perdí la cuenta. Me preguntaba cómo era posible que yo hubiera llegado allí, al culo del mundo, a un sitio con señales de “precaución: renos” en vez de las habituales "ojo: vacas". Repasé todo lo que había hecho en mi vida, las pequeñas decisiones que me hicieron abandonar caminos que pensaba definitivos. Repasé las veces que había sido feliz y aquellas en la que la tristeza todavía conseguía ponerme un nudo en la garganta y desmentir que estuviera ya duro por dentro.

Durante mucho rato no vino nadie por esa carretera y pensé que haría si pisaba una placa de hielo y me iba a tomar por el culo, no tenía móvil y, más que un gato, necesitaría un tigre si pinchaba y tenía que levantar aquella monstruosidad de todoterreno. Cantaba viejas canciones del cd que había puesto. A voz en grito.

Atravesé bosques y ríos, todo nevado. Me crucé con enormes camiones cargados con madera. Seguía cantando. Había tomado una decisión, por primera vez en mi vida me sentía seguro de algo. Allí estaba yo. Yo. Dispuesto a todo. Quizás para la gente eso fuera lo más natural del mundo, para mí era sentirme vivo otra vez y de una vez por todas.

Subí el volumen…

“Esto es lo que hay y esto es lo que debes saber. Ya te lo dije ayer. Puedes ser el rey, puedes ser un tipo de ley. ¿Cuál es tu salto mortal?
¿Dónde iremos a parar... caminando en círculos, como fieras afilando los colmillos?
No nos lo perdonarán, no nos lo perdonarán…
Será definitivo, será para volver contigo otra vez.
Esto es lo que hay y esto es lo que vas a aprender. ¿A dónde quieres llegar?
Puedes ver arder la carretera bajo tus pies con tal de regresar.
¿Dónde iremos a parar controlando el vértigo de los sueños que quedaron detenidos?
No nos lo perdonarán, no nos lo perdonarán…
Será definitivo, será para correr contigo otra vez.”



A la hora y media vi el pequeño desvío y el cartel enorme que anunciaba el motel. Tal y como me había explicado Adam no tenía perdida, más que nada porque no había nada en kilómetros a la redonda. Allí estaba. Fin de trayecto. Me había imaginado el futuro pero faltaba un pequeño detalle. Me faltaba decírselo a ella y que ella quisiera. Paré en la explanada justo enfilando la puerta de la cafetería. Le recé a la suerte para que estuviera allí y que no fuera su día libre o no hubiera cambiado de trabajo.

En ese momento me sentí el ser más despreciable del mundo.

martes, 12 de mayo de 2009

En un semáforo

La última vez que la vi todo era confuso, era un bar lleno de gente de una calle estrecha, con mi coche aparcado en un solar cercano, me despedía de mis amigos. De ella no me despedí de una manera especial. Ninguno de los dos volvió a llamar. Podía haberla querido, tenía la suficiente personalidad como para ser única. Era rubia con mechas oscuras, pelo por encima del hombro, me miraba siempre con sus ojos grises como si estuviera a punto de iniciar la gran aventura de su vida. Y no dudo de que si le hubiera dicho de irnos juntos a cualquier sitio hubiera aceptado, o eso me gusta creer. Se llamaba Gabriella, todos la llamaban Gabi. Todos menos yo.

Pertenecía a un mundo distinto. Era amiga de dos compañeros de universidad que tenían el dinero por castigo pero que aún así tenían los pies en el suelo, quiero decir, podían ir en un descapotable pero ambos tenían un coche de segunda mano, un Fiesta y un Corsa respectivamente, eran buena gente. Ella no. Ella tenía un Golf descapotable. Todo pose. Perfecta. Distante. Inalcanzable.

El día que años después apareció en el bar con ellos resplandecía por encima del resto. Dos cervezas más tarde sentí que la había juzgado mal. De prepotente había pasado a tímida, de arrasadora a insegura, de superficial a increíblemente sensata. Ahora era cercana. Tiempo malgastado en la universidad, maldije. Desde aquel día empezamos a coincidir en bares, siempre con nuestros amigos de por medio.

Tres semanas después, un viernes, apareció sola por el bar.

-Tus amigos no están.-Dije mientras la saludaba dándole dos besos.
Ah!, bueno, entré a ver si estaban, mis amigas están fuera, ya me pasaré más tarde.
-¿Una cerveza?-Un sí, un sí, necesito un sí, pensaba.
-Vale.

Estaba a punto de huir a Boston y ella se cruzaba en mi camino. Se lo conté. Juraría que una estela de decepción cruzó por su mirada. Hoy era mi despedida.

Tres horas después estábamos follando en el asiento trasero del Fiat que por aquel entonces tenía. Precipitándolo todo, haciendo todo lo que deberíamos haber hecho durante meses en una sola noche, impasibles a las miradas, disfrutando cada momento con la certeza de que iba a ser el último. Esforzándose ella por hacer lo que no solía, olvidando su timidez, sus prejuicios y yo sintiéndome extraño, sabiendo que no quería que fuese chica de una sola noche. Arrojando al fondo de los “que sería de mi vida si…” todos los pensamientos. Pero estaba decidido, me marchaba a Boston.

Hoy la he visto cruzando un semáforo. Han pasado muchos años, abril del 2008. Llovía. Me he detenido en mitad del paso de cebra. Le he dicho hola, iba con una amiga, esperaba que se parase, ha pasado casi rozándome, me ha mirado directamente a los ojos y ha dicho adiós. Sin detenerse. Juraría que había algo en la entonación, algo, tristeza, ojalá odio, pero algo que no era indiferencia. Algo que me ha hecho sentirme vivo, capaz de volver a ser yo mismo, pleno, indefenso ante nuevos sentimientos. Me he girado esperando su mirada, hablaba al oído de su amiga y durante un segundo, menos, volvió la cabeza. Hay partida.

No puedo evitar dar rienda suelta al depredador que llevo dentro. Hambre de experiencias, de vida, intermitente. Al alejarse le miro el culo que le hacen los vaqueros grises ajustados, dentro de unas botas marrones y una punzada en el estomago casi me parte por la mitad al recordar a Cathy. Ahora ella no puede hacer nada por evitarlo, absolutamente nada. Me duele su recuerdo, me duele el tiempo que pasé en silencio desde que murió.

martes, 5 de mayo de 2009

No nos lo perdonarán (II)

Ahí dentro estaba una foto de Sandra, mi ex, con mi familia, las llaves de mi expiso y mi excoche… mi exvida. Después la caja ardía y me quemaba los brazos, mientras, el resto del cuerpo seguía helado y poco a poco comenzaba a gotear, me estaba derritiendo, consumiendo, desapareciendo en un charco. Me desperté. Durante unos minutos lo sentí real. No creo en los presagios, pero me sentí intranquilo durante unos minutos, aquello no podía ser nada bueno, supuse que era sólo el miedo, el miedo otra vez. Eran las 5 de la mañana. Me levanté. Me di una ducha, preparé la mochila y bajé a desayunar algo tratando de hacer el mínimo ruido posible.

Con el café en las manos me dirigí al garaje. Abrí la caja con cuidado, cortando el precinto con una navaja que había en una caja de herramientas. El sueño me había dejado inquieto y no sabía que podía encontrar.

Ahí estaban unos cuantos discos míos, un par de cuadernos que dejaría olvidados en algún cajón de la casa, un par de camisetas, mi armónica, y sobres con fotos. Una veintena o más de sobres llenos de fotos. No había visto ninguna en casa. Deduje que desde que me fui había recopilado y hecho copias de todas las fotos que habían hecho sus amigos y en las que salíamos juntos, jamás imaginé que fueran tantas. Pero ahí estaban y en todas yo era irreconocible, en todas se me veía feliz. Cerré la caja y los ojos durante un instante. Estaba sólo a unas horas de lo que veía en las fotos. Un poco mareado me dirigí a la cocina. Mi determinación, si alguna vez en los últimos días había llegado a flaquear, era ya absoluta.

A las seis menos cuarto bajó Adam.

-¿Te he despertado? -le pregunté.
- No, no, tranquilo. Me despierto siempre pronto.

Trató de beberse el café que yo había preparado…

-¿Pero qué mierda es esta? –Lo escupió en la fregadera.
-Perdón preparé un poco para mí. Échale más agua. –Reí.

Adam rió. Siempre les decía lo mismo. Me consideraban un derrochador y yo los acusaba de bárbaros por aguar el café.

-¿Sales ya? –Me preguntó.
-Sí. Cuanto antes mejor, no sé lo que me puede costar.
- ¿Con que vas? –Parecía mi madre preguntado si iba bien equipado a los campamentos.
- Tranquilo les he alquilado a los de Alamo un GMC Sierra. Lo llevo todo, estoy preparado.

Silencio. Adam quería decirme algo y no se atrevía.

-Dispara. –Quería igualarme al chico duro de los bosques del Norte.
-No sé Tom… Intenta que esta vez salga bien. Veníos a Boston. Será como en los viejos tiempos… No os hagáis más daño, no os lo perdonaría.
-Lo intentaré Adam, de verdad. Gracias por dejarme pasar la noche aquí. Me alegro de haberte vuelto a ver. Dale un beso a Jane de mi parte.

Le abracé, dejé la taza en el fregadero, me puse la mochila y cogí la caja. Me dirigí hacia la puerta que desde la cocina daba al lateral donde tenía el coche, justo antes de abrirla me volví. Adam apoyado en la bancada de la cocina me miraba. Hizo un gesto con la mano, le respondí con la cabeza y salí. El frío me corto la cara como un cuchillo.

Miré el coche. Me di la vuelta y volví a entrar. Adam seguía en la misma posición, una sonrisa se le dibujaba en la cara.

-¿Y bien chico preparado? –Ahí lo tenías, la satisfacción, la ironía y la preocupación hecha hombre.
-¿Me dejas una pala y una rasqueta para quitar toda la nieve?
-Espera que me vista. Te ayudaré.

En ese momento sentí que tenía que darle las gracias. No por esto, por mucho más.

-Gracias Adam… por todo. Sé que pudo venir a España porque tú le dejaste el dinero.
-Esa cabrona no es capaz de mantener la bocaza cerrada…
-Ya la conoces.-Dije, con ganas de añadir, incluso mejor que yo, pero no quería remover viejas historias.

Una hora después estaba con el plano abierto y las notas en el asiento del copiloto rumbo al Norte, todavía más al Norte.