miércoles, 18 de febrero de 2009

En el café


Fue una mañana de finales de octubre del 2000, el otoño hacía días que se había vuelto desapacible, extrañamente desde que había vuelto de Boston soportaba todavía menos el frío, y había pasado ya un tiempo. Creo que el frío me recordaba todo aquello, e inconscientemente trataba de borrarlo de mi mente, aunque nunca he sido demasiado fiable psicoanalizándome. Ella estaba sentada en la misma mesa del bar donde la llevaba viendo las últimas semanas. Se sentaba y leía un libro mientras se tomaba un cortado descafeinado de sobre con la leche del tiempo.

Al principio me pareció una chica atractiva más, solía llevar trajes chaqueta de colores oscuros, inmaculados y perfectamente planchados, todos le hacían buen culo, “sastre, si no es imposible que todos le queden igual de bien”, pensé para mis adentros, el pelo ondulado y negro brillaba casi hasta resplandecer, ni un día la vi vestida con prisas. De momento no me había acercado lo suficiente para notar su perfume, pero estaba seguro que sería sutil y caro.

A las 10 de la mañana llegaba yo, traje, corbata, abrigo, café solo, tres churros, prensa. 20 minutos en una silla en la barra. A las 10 y 10 llegaba ella. Siempre, todos los días laborables. Rutina embrutecedora.

El día que me descubrí mirando la puerta a las 10 y 13 minutos porque ella no había aparecido decidí decirle algo. No sabía si ella había advertido mi presencia rutinaria. Daba igual. Estaba solo, ¿qué podía perder?

A y 20 me levanté, dejé el importe exacto en la barra, me puse el abrigo y me dirigí hacia la puerta. Estaba lloviendo, en el umbral, justo antes de abrir la puerta encogí los hombros, agaché la cabeza y me dispuse a salir. En ese momento entró ella cerrando el paraguas y casi chocamos.

– Hola, llegas tarde. – Dije con una sonrisilla de imbécil en la cara mientras le sujetaba la puerta.
– La lluvia. Mañana seré puntual. – Su sonrisa de imbécil era más favorecedora que la mía.
– Entonces hasta mañana… ¿cómo te llamas?
– Sandra, me llamo Sandra.
– Yo Tomás. Mañana nos vemos entonces.
–Si claro. Hasta mañana.

Llegué empapado al despacho, me senté delante del ordenador y repasé la escena mentalmente. Había algo que no encajaba. Algo que se me escapaba. Le estuve dando vueltas todo el día. Por la noche lo tenía claro, me había sorprendido su respuesta, “La lluvia. Mañana seré puntual”. No es que no fuese una respuesta coherente, eran las formas, la manera de decirlo. En el fondo deseaba que hubiera aparecido con el pelo empapado, desaliñada y me hubiera contestado: “Puta lluvia”

3 comentarios:

  1. Quizas no buscas la perfeccion...
    Me gusto tu relato, un placer leerte.
    Gracias por tus palabras en mi eclipse y a que te decidieras a dejar un comentario,de esta manera he podido descubrir tus relatos.
    Un besito y una estrella.
    Mar

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  2. Hey m gusta!!t agrego a mis favoritos y seguire tu historia!
    Un saludo de la chica.

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  3. Muchas gracias a las dos. Siempre me ha parecido increible que mis relatos puedan llegar a interesar a alguien más que no sea a mí.
    Un saludo.

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