martes, 21 de abril de 2009

No nos lo perdonarán (I)

La encontré en un motel de una carretera perdida del condado de Somerset, trabajando de camarera y arreglando las habitaciones. Chica para todo. Y el invierno haciéndole rechinar los dientes cuando salía a tirar la basura. Más al norte todavía. En la más absoluta de las nadas y a un paso de Québec. Habían pasado casi dos años y medio.

Llevaba parado en la puerta 20 minutos con la calefacción del todoterreno a tope, los últimos 20 minutos del gran viaje, el viaje definitivo. Mirando por las ventanillas cubiertas de cristales de hielo y los limpiaparabrisas retirando los pequeños copos que seguían cayendo. “El infierno debe de ser muy parecido a este sitio”, pensé, vi como el hielo colgaba de los retrovisores laterales y suspiré, quería arrojar toda la tensión lejos, muy lejos, al horizonte blanco que se confundía con las nubes y las copas de los árboles llenos de nieve. De todas las direcciones posibles al dejar Boston ella se había dirigido al Norte, yo siempre le hablaba del Sur, de Miami, del eterno verano, de andar descalzos por la playa. Se había ido hacia todo aquello que la alejaba de mí.

Con las señas escritas en el papel y unos pequeños dibujos y anotaciones en un mapa no había sido difícil llegar: “Jackman, Maine, estatal 201, junto al lago Bigwood”. Adam había sido escueto pero eficiente, no tenía perdida. Me había mirado con sorpresa al verme aparecer en su puerta, como si en vez de venir de Europa hubiera venido de un universo paralelo, después me abrazó con sorprendente afecto. Me invitó a pasar la noche en su casa y en la cena, hablando de mil cosas, me dio la dirección.

-¿Vas a volver con ella otra vez? ¿Será definitivo? – Pregunto a bocajarro en un momento de la conversación.
-Si ella quiere sí. –Dije, firme y decidido. Se habían acabado las dudas. –Será definitivo otra vez. –Añadí.

Adam torció el gesto con lo de “otra vez”, no era muy de hacer bromas con los sentimientos, ¡pero qué coño! era yo el que se la estaba jugando y podía permitirme el lujo de hacerlas. Aunque a estas alturas era más consciente que de lo que hacía realmente era vivir y no jugármela.

-Hace mucho que no la veo Tom. La última vez que hable con ella no la noté bien. De un tiempo a esta parte es como si se estuviera apagando.

Me quedé pensativo, pero Jane me sacó de mi ensimismamiento y preocupación ofreciéndome una cerveza.

Adam se había casado con Jane, Jane Maginis, una chica de mirada sincera y que podrías haber visto en mil sitios y nunca la recordarías. Quería a Adam, se notaba en cada cosa que hacía y Adam trabajaba duro, siempre lo había hecho, pero ahora tenía un motivo más noble para seguir en aquel garaje mugriento, que a ella no le faltase nunca nada. Tenían un objetivo común, “llegarán lejos” pensé. Entonces el vértigo se apoderó de mí. ¿Qué teníamos en común Cathy y yo? Adam rompió el silencio que se había formado y dijo:

-Ven, quiero enseñarte algo.

Salimos al garaje, un garaje grande, con altillo, lleno hasta reventar de cajas, herramientas, neumáticos de verano con sus llantas, un todoterreno con más años que yo, compresores, palas en ordenado caos… y me llevó hasta una caja. Mi nombre estaba en un lateral escrito con un rotulador de trazo grueso. Reconocí la letra en cuanto la vi.

-Dejó esto para ti. –dijo Adam señalando la caja-. No la he abierto si te lo preguntas, me dijo que un día vendrías por ella.

La caja no era muy grande, era una caja de cartón cerrada con adhesivo de embalar también marrón. Me preguntaba que habría dentro.

- Gracias Adam.

No hice mención de abrirla, prefería hacerlo cuando estuviera sólo. No sabía lo que me podía encontrar.

- ¿Cuando irás? –Pregunto Adam con un aire paternalista, no sé si estaba preocupado por mí o por Cathy.
-Mañana temprano.
-Es un viaje duro. ¿Quieres llamarla antes?
-No. De verdad.
-Es mejor que alguien sepa que vas para allí, tienes unas 275 millas, en verano podrías hacerlas en 4 horas mas o menos, pero para esta noche han dado nieve. No sé cómo te encontraras aquello y tú….

Ahora era cuando Adam adoptaba la pose de tío duro criado en los rigores del invierno y yo la de muchachito tropical.

-De verdad Adam, gracias. Se lo que hay.
-Ok, Ok. Tú mismo. Vamos a dormir Tom. Mañana tendrás un día duro.

Estaba cansado. Dormí. Soñé con la nieve, luego desperté sudando, el sueño había degenerado en una pesadilla. Iba con el todoterreno por la noche, por una carretera con las cunetas llenas de nieve y bordeada de un bosque denso y oscuro. De repente una caja en medio de la carretera, detenía el coche, bajaba en medio de la ventisca y abría la caja…

9 comentarios:

  1. Gracias por tu comentario en mi blog, te agradezco mucho tus palabras....

    Me gusto mucho tu relato pero....porque nos dejas asi...sin final....jajjaja

    Saludos.

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  2. Muchas gracias por pasarte por aquí! No te preocupes que habrá final... un poco más adelante...

    Un saludo

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  3. Y llegó y abrió la caja y????y el en el coxe y ella fuera y????
    Continuará...jajajaja
    Muy bueno.
    Saludos de la chica enganchada.

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  4. Oh, y nos dejas así, jaja. estaré pendiente, un saludo.

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  5. Joder que cachondeo os traeis con el misterio...ajajajaja, ahora temo no estar a la altura...ya se verá.

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  6. Me encantan las historias que se quedan en puntos suspensivos... porque significa que continuarán... ;)

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  7. Me gusta tu forma de construir relatos sobre gentes vulgares y anónimas, situaciones cotidianas de movie road a lo Jack Kerouac. Quedamos a la espera del desenlace.

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  8. Esta historia me ocupa 5 entradas, lo de los puntos suspensivos pensaba darle salida mañana pero os tendré en vilo un semana más y volveré a ir un poco más atrás en el tiempo... jejejeje.

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