martes, 7 de abril de 2009

Insuficiente

Y entonces algo hace crack dentro de mí, no es la primera vez, pero todo es más brillante, más luminoso, salgo a la calle, no pertenezco a nada, he reventado el móvil contra la pared, soy un poco más libre. Paseo despacio, sin correr, el sol baña mi rostro, el sol mortecino de finales de febrero, el viento agobiante de inicios de marzo. Me estoy encontrando a mí mismo. Soy feliz cuando no doy explicaciones.

Se acabaron los trajes, me he puesto mis zapatillas rojas, ocultas en un cajón desde hace tiempo. “Me lo dicen en los bares, es algo que llevas dentro” y ahora “¿quién no tiene el valor para marcharse?”, ya no, ya no voy a quedarme y aguantar, si lo hago me saldrá un cáncer, o peor, viviré infeliz por siempre.

Así que retomo las viejas canciones, los viejos sueños, la vieja guitarra. Me acerco a la papelería del centro, donde mi padre me compraba los cuadernos de matemáticas cuando era un crío, para comprar nuevos cuadernos donde escribir. Recuerdo esos cuadernos de matemáticas, inmaculados, llenos de complejas operaciones y la facilidad con que mi padre los resolvía cuando yo, mordisqueando el lapicero, no acertaba a salir del punto de no retorno en el que solía meterme cuando borraba y borraba resultados. Ofuscado, furioso por no poder dar con la solución. Mis piernas no alcanzaban el suelo, sentado en las incomodas sillas del comedor un domingo por la tarde, mi padre me explicaba y explicaba que el método era volver a empezar, despacio, sin prisas. Pero eran sumas muy largas y mi orgullo derramaba lágrimas de impotencia. Juré que las matemáticas no podrían conmigo. Y así llegaban las evaluaciones, una vez tras otra.

Lengua: Sobresaliente
Naturales: Sobresaliente
Mates: Insuficiente
Dibujo: Suficiente

Y pasaron los años y se cambiaron los nombres de las asignaturas, pero seguía ignorando los sobresalientes en lenguaje, en sociales, en música, si no me costaba esfuerzo es que no debía de merecer la pena, y mi padre se hacía cruces de cómo podía sacar como mucho suficientes en las asignaturas de ciencias y mi frustración aumentaba.

Llegó un día en que mi padre no me pudo ayudar más, un día se fue a trabajar al departamento de ingeniería de materiales de la universidad y cuando lo volví a ver estaba metido en una caja de un velatorio, todo fue confuso. Recuerdo verse apagar la sonrisa de mi madre, verla encanecer, y un velo de tristeza lo cubrió todo. Tenía 12 años. Al año siguiente elegí ciencias puras. Las matemáticas no podrían conmigo, acabaría siendo ingeniero.
Mañana vuelvo a Boston. Lo siento padre. Renuncio. Es hora de ser yo mismo.

6 comentarios:

  1. A mi tampoco se me dieron las ciencias...yo acabe con la Historia y sus historias...jeje
    Saludos de la chica.

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  2. Me encantó cómo lo contaste.

    Felicidades.

    Un abrazo.

    www.heliodoro.wordpress.com

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  3. No me olvidaba de pasar por aquí, me pillaste en plenas vacaciones.

    Seguiré tu pista ;)

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  4. Gracias por seguir pasandoos por aquí... incluso en vacaciones. Un saludo.

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  5. Interesante relato, que supongo no será autobiográfico, ¿no? De todas formas me ha recordado mucho las frustaciones del bachiller, esas asignaturas que te gustan y esas otras que se atratagantan, esas cosas que hubieras querido hacer pero que la vida (o tus padres) se encargaron de que no hicieras. Un abrazo viajero.

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  6. ¿Autobiográfico?...Partes si, partes no, supongo que como todo en los relatos. No sé... algun día contaré que partes sucedieron de verdad... Por cierto, lo del viaje a Noruega ya lo estoy mirando. Gracias por los enlaces para buscar los viajes y por pasarte por aquí desde allí. Que lío, jejeje.

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